Obra juvenil de William Shakespeare, escrita probablemente en colaboración con Christopher Marlowe, Ricardo III es un retrato, el más atroz posible, del usurpador de reinos; la tragedia del deseo de poder encarnada por un hombre: Ricardo de Gloucester. Helo aquí:
Gloucester. Ahora el invierno de nuestra amargura se ha mudado en un glorioso verano bajo este sol de York; y todas las nubes que pasaban sobre nuestra casa han quedado sepultadas en lo más profundo del corazón del océano.
Ahora nuestras frentes están ceñidas por coronas de victoria; nuestras armas retorcidas colgadas como trofeo, nuestras bruscas alarmas se han convertido en felices encuentros, nuestras marchas terribles en amables danzas.
La guerra de rostro ceñudo ha desarrugado la frente, y ahora, en lugar de montar enjaezados corceles para aterrorizar el corazón de los terribles enemigos, salta alegremente en la habitación de una lady acompañada por el son lascivo de un laúd.
Pero yo, que no tengo gracia física para tales juegos ni tampoco para cortejar a un espejo amoroso; yo, que soy de tosca acuñación, que estoy falto de la fuerza real del amor para danzar lentamente alrededor de una dulce y cimbreante ninfa; yo que estoy falto de la hermosa simetría, que he sido estafado en mi propia cara por la engañosa naturaleza, que soy deforme e imperfecto, que fui empujado antes de tiempo a este mundo que respira, cuando apenas estaba formado a medias, tan tullido y tan distante de cualquier semblanza que los perros me ladran cuando paso cojeando por su lado; yo, en este débil tiempo de paz, apropiado para las flautas, no tengo más placer, para entretener las horas, que seguir mi sombra bajo el sol meditando acerca de mi deformidad…
He urdido intrigas, dañosas conjeturas de vanas profecías, calumnias y sueños, para empujar a mi hermano Clarence y al rey a odiarse mortalmente entre sí; y si el rey Eduardo es tan leal y justo como yo astuto, ambiguo y traidor, hoy Clarence debería ser encarcelado, de acuerdo con la profecía de que un G será el asesino de los herederos de Eduardo…
Este es, por decirlo de algún modo, el despiadado y ciertamente sombrío y estremecedor autorretrato de Ricardo, que se jugará el todo por el todo, no vacilará ante ningún tipo de delito, empleará todas las astucias imaginables y acabará sentándose en el trono de Inglaterra.
Pero la sangre, como en la antigua tragedia griega, llama a la sangre; Ricardo será derrotado muy pronto en el campo de batalla. El mismo dirá: Me he jugado la vida a los dados, y corro el riesgo del juego.