Si bien en Romeo y Julieta no falta el lado truculento, también hallamos en ella esos grandes vuelos poéticos en los cuales las imágenes barrocas se agolpan y se suceden para darnos una idea-cósmica de la naturaleza, de ese todo en el cual vivimos, tan presente en el corazón de Shakespeare. He aquí un fragmento del monólogo de fray Lorenzo, el buen consejero de Julieta:
La mañana de ojos grises le sonríe a la sombría noche, mandando regueros de luz hacia las nubes de oriente; y la oscuridad ya cárdena de manchas, se tambalea lo mismo que un borracho, se aleja del sendero del día y de las ruedas de fuego del Titán.
Ahora, antes de que el sol alegre el nuevo día con su ojo de llama y se seque el húmedo rocío de la noche, tengo que llenar esta canasta de mimbre con hierbas venenosas y flores de jugo precioso. La tierra es madre y tumba de la naturaleza: su sepulcro son las entrañas en las cuales la vida tiene origen; y nosotros vemos nacer de sus entrañas hijos de distinta especie, que maman de su pecho…
¡Oh, qué grande y poderosa es la virtud que reside en las plantas, en las hierbas, en las piedras y en sus más secretas cualidades! En efecto, no existe nada en la tierra tan humilde, que no puede proporcionarle a la tierra algún bien particular; ni nada es tan bueno que si se le desvía de su justo empleo y se cae en el abuso no se revele contrario a su auténtica naturaleza.
Incluso la virtud mal empleada puede convertirse en vicio, y algunas veces el vicio se ennoblece por su acción. Bajo la tierna membrana de esta frágil flor, hay a un mismo tiempo un veneno y un poder medicinal, en efecto, si se huele, excita todos los sentidos, pero si se cata, detiene el corazón y todos los sentidos.
Lo mismo que en las hierbas, en el hombre también acampan dos reyes enemigos: la gracia y la despiadada voluntad. Y la planta donde predomina la peor de estas fuerzas, pronto es devorada por el cáncer de la muerte.
Así es cómo Shakespeare nos proporciona una imagen de todo lo creado partiendo de un simple monólogo. Pero después para alertar a la juventud quejumbrosa, excesivamente ingenua, que muy bien pudiera caer en el amor “loco” de Romeo, pone las siguientes palabras en boca de Mercuzio, el personaje más inquieto de toda la obra, y también el más agudo:
Mira qué seco y debilitado está; parece un arenque sin huevos. ¡Oh carne, carne, convertida en pescado! Ahora le ha dado por las rimas, en las que Petrarca era tan versado. Comparada con su mujer, Laura era una fregona (pero tenía un amante más hábil al cantarla); Dido, una perdularia; Cleopatra, una gitana… Señor Romeo, bon jour. he aquí un saludo a la francesa, para tus calzones a la francesa.