A pesar de la mortandad, Hamlet es un héroe positivo
El personaje positivo más complejo, más difícil, que hallamos en todo Shakespeare; aquel que representa, más que ningún otro, la crisis del pensamiento (la salida de la Edad Media) de la época.
Hamlet tiene mil facetas; es inseguro, demente, caprichoso, aparentemente frágil, está lleno de escrúpulos y a veces es extrañamente alegre.
¿Acaso no son, estas mil facetas, las mismas que presenta el hombre en sus diversos aspectos? Este es el problema. Si Hamlet no se pareciera a todos sus semejantes, no tendría el elevado valor que tiene como intérprete de los sentimientos humanos. Así, en el famoso monólogo del acto III, vemos en qué modo reduce todos los problemas a uno solo: vivir o morir.
Ser o no ser, éste es el problema. En saber si es más digno para nuestra alma sufrir los ultrajes, las pedradas y flechazos de la suerte o bien luchar en contra de todos estos males para destruirlos. Morir; dormir… y nada más. Pensar que con un sueño ponemos fin a las congojas y a las mil injurias naturales, herencia de la carne. Este es el final que debemos invocar devotamente. Morir; dormir. ¿Dormir? ¡Soñar acaso! ¡Ah!, es esto lo que nos paraliza, pues ¿Qué sueños serán los que tendremos una vez abandonado el tumulto de nuestra vida mortal?
Es esto lo que nos detiene; este el motivo que nos induce a prolongar nuestras exigencias. Si no, ¿Quién querría prolongar los males y los azotes del tiempo, la opresión de los tiranos, las injurias del orgullo, las punzadas de un amor desgraciado, la rémora de las leyes, la arrogancia de los encumbrados y la burla con que los indignos ofenden al mérito paciente; quién podría soportarlo cuando uno mismo puede librarse de todo ello con el filo de un puñal?
¿Quién querría sudar y blasfemar agotado por el peso de la vida, de no ser la angustia que nos produce sólo pensar que tal vez existe otra, tras la nuestra; otra vida de la cual nadie ha regresado, cuyos males posibles nos hacen soportables los presentes? Así es cómo la conciencia nos hace ser cobardes; cómo el color de la decisión se corrompe en contacto con el reflejo de la duda y las más altas empresas, que son las que más cuentan, se desvían e incluso dejan de llamarse acción.