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Historia del Arte

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Todo el mundo es teatro

Esta diversidad, naturalmente, se refleja tanto en los personajes como en las obras, y si los protagonistas de las tragedias dan siempre la impresión de caminar por extensiones de nieve, de rocas o de arena, los de las comedias parecen caminar por grandes prados floridos. Y así como es distinto su “paso”, también lo es su relación con la vida.

He aquí, por ejemplo, una muestra de ello en esta concepción del mundo y la naturaleza, debida a Jacques, un personaje de la comedia Como gustéis:

Todo el mundo es teatro. Y todos los hombres y mujeres no son más que histriones; tienen sus entradas y sus salidas de escena, y cada uno de ellos interpreta papeles distintos en la vida, que es un drama en siete actos.

Primero el recién nacido, que maúlla y vomita leche sobre su ama de cría. Después viene el colegial llorón, que con su cartera y la cara friolenta por la mañana, se arrastra de mala gana hacia la escuela dando pasos de caracol. Después viene el enamorado, que suspira como un tubo de estufa, mientras compone melancólicas baladas para las pestañas de su bien amada.

Y después el soldado, que sabe blasfemar en todos los idiomas; lleva bigotes de leopardo, es sofisticado en materia de honor, impulsivo y dado a pelear, y capaz de buscar el humo de la gloria en la misma garganta de un cañón. Después el juez con su dorada barriga redondita y rellena de buenos capones, ojillos severos y barba de ordenanza; está atestado de viejas máximas y lugares comunes, que le sirven para interpretar su papel.

La sexta edad te convierte en un macilento y achacoso Pantalón, con gafas cabalgando sobre la nariz y la bolsa a un lado; las medias, aún bien conservadas, de su juventud, ahora le vienen anchas, son como un pozo para sus piernas secas; y su voz, en otros tiempos viril, convertida ahora en un falsete pueril, estridente y sibilante. Después la escena final de una historia llena de extraños acontecimientos; una segunda niñez sin dientes, sin vista, sin paladar, sin memoria, sin nada de nada.

El mercader de Venecia
Una animada y popular escena de El mercader de Venecia, obra que siempre ha merecido el favor del público y una de las más reveladoras de ciertas dotes del autor. Comedia, pero no sólo comedia, pues en ella hay intriga, amor, ciertos elementos melodramáticos y también algunas características trágicas.

Aquí, como es fácil ver, hay una síntesis de la vida humana que no es nada alegre. Pero sí es alegre, fantasiosa y “primaveral”, la manera en que Shakespeare la resuelve. Por otra parte, el personaje tiene menos peso en las comedias que en las tragedias, mientras que el marco, el conjunto festivo en el que ocurren los hechos, asume cada vez más importancia.

No podemos reseñar aquí todas las comedias, pero sí será preciso referirnos a su desarrollo dentro de la obra y la vida de Shakespeare. Desde la primera (La comedia de las equivocaciones, escrita en su juventud) hasta la última (La tempestad, escrita en sus últimos años) vemos desfilar decenas y decenas de acontecimientos, unas veces alegres, otras fabulosos y otras patéticos, pero siempre resueltos con inconfundible agudeza shakespeariana. Hombres, mujeres, hombres disfrazados de mujer, mujeres disfrazadas de hombre, príncipes, duques, pobres diablos, guerreros, bufones, duendecillos y animales fantásticos.

Personajes, todos ellos, que, tomados en conjunto, dan cuerpo a un vastísimo mundo “en libertad”, donde se reflejan todos los sentimientos humanos, ligeramente deformados o bien exagerados. Un mundo del que Shakespeare ha intentado abolir el sentimiento de culpabilidad sumergiendo al hombre en una especie de perenne fiesta en la naturaleza.

Un mundo, como ya hemos dicho, absolutamente primaveral qué ha hecho que el curtido Edward Dowden compare a Shakespeare con una nave azotada por la tempestad, pero que logra llegar a puerto con las velas desplegadas y anclar tranquilamente en él.

Podemos comprobarlo en Penas de amor perdidas, en La fierecilla domada, en Sueño de una noche de verano, en Mucho ruido y pocas nueces, en Noche de Epifanía, en Las alegres comadres de Windsor y en algunas otras.

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