De Ricardo III al Enrique V, hemos visto los dos extremos de las “historias” tal como las interpretó la desbordante pasión dramática de Shakespeare.
Todas las demás obras históricas pertenecen. en medida distinta, con más o menos fuerza, al mismo tipo.
En cada una de ellas encontramos tanto lo trágico como la ironía y el sarcasmo; las grandes escenas-madre, con crímenes, trampas y la impiedad más feroz; y los soliloquios, los pensamientos de los protagonistas (o sea, indirectamente, del autor) que unen entre sí a las distintas acciones en forma de urgentes meditaciones sobre el mundo, el destino del hombre, el bien, el mal, el amor, el odio, etc.
En efecto el mundo de Shakespeare —incluso el de las obras juveniles— está excepcionalmente cargado de sentimientos y de hechos, tiende, excepcionalmente, a la busca de las causas y los fines de los actos humanos.
Tanto si se trata de reyes como de bufones, ya hemos visto que su mundo es a menudo más vivo que el de verdad; y hemos visto la manera cómo él consigue dominarlo y evocarlo, puede decirse que de la nada.
Le bastan las noticias de una humilde crónica medieval para llegar donde pretende llegar; y hay que decir que no retrocede ante nada; Enrique, símbolo del rey y de todos los reyes, se divierte como un fanfarrón en la taberna; Ricardo, deforme, malvado, encarnación diabólica, no por ello deja de ser un valiente en el campo de batalla.

Con ello queremos decir que Shakespeare está muy lejos de limitar su propia materia a esquemas fijos o puramente convencionales, no le aprieta los frenos a la creación, y en este sentido es un grande, posiblemente el dramaturgo más grande, y también más popular, que nunca haya existido.
Precisamente por ello, jamás desprecia la broma; como, por ejemplo, en el epílogo del Enrique VIII, que es la última de sus obras históricas:
Apuesto diez contra uno a que este drama no les gustará a todos los espectadores aquí reunidos.
Aquellos que por ejemplo vienen al teatro para dormir durante uno o dos actos, posiblemente se hayan asustado con el sonido de las trompetas. Y por lo tanto irán diciendo por todas partes que el espectáculo no vale nada…