Por lo tanto, los arcos vienen a desempeñar el papel de cimbra permanente, cargando todo el peso y empuje en los ángulos de apoyo. Estos son los únicos puntos de la construcción que exigen buenos cimientos y una resistencia a toda prueba para recibir la carga del cuadrado de la bóveda.
En el interior, los haces de arcos de las bóvedas se reúnen en los pilares, como un manojo de ramas sobre un tronco. Además, la bóveda romana por arista se adaptaba principalmente a una planta cuadrada o rectangular, mientras que la bóveda gótica puede emplearse en toda clase de plantas, hasta en las triangulares y trapezoidales, en los segmentos de los ábsides.
Una vez concentrado el empuje de estos arcos de las bóvedas de crucería en algunos puntos del muro, su presión oblicua, que tiende a derribarlo, es contrarrestada por contrafuertes o arcos que tienen un empuje contrario y se lanzan contra la pared oponiendo fuerza contra fuerza. En el arte románico, el sostenimiento era distinto: en primer lugar, la bóveda, por lo común, era cilíndrica, y tenía un empuje uniforme a lo largo del muro, empuje que se equilibraba con el propio peso de la pared, a lo más reforzada con machones o pilastras exteriores, como puntales.
En una palabra, la mecánica de la arquitectura clásica y de los tiempos románicos es una mecánica estática, esto es, del sistema de oponer peso contra fuerza, mientras que la mecánica gótica es dinámica, o sea del sistema de oponer empuje contra empuje.
Por esto una iglesia gótica es un sistema tan complicado y tan perfecto, que no se puede tocar una parte del edificio sin alterar también todas las demás. Teóricamente, el día que se rompiera un contrafuerte, el empuje del arco que contra él se apoyaba no sería contrarrestado por nada absolutamente y el arco se abriría, como asimismo los otros arcos diagonales que concurrían en el mismo punto, y toda la construcción, al faltarle un solo elemento, se vendría abajo.
Pero no son sólo los procedimientos constructivos lo que caracteriza el nuevo estilo gótico, sino que este estilo demuestra un gusto nuevo en las molduras y la ornamentación. Las molduras románicas eran claramente redondeadas, correspondiendo todavía muchas de ellas al repertorio de los estilos clásicos, mientras que las del estilo gótico ofrecen una complicación infinita de formas convexas, sobresaliendo de una superficie cóncava para producir grandes efectos de luz y sombra en el interior de los edificios.