Sin embargo, confiada principalmente en Germania la obra de la civilización a los misioneros irlandeses, los grandes centros de la actividad y de la ciencia carolingia debían de ser los conventos fundados o reformados por los apóstoles de la Iglesia céltica.
Los más famosos eran el de Fulda, en el Rin, donde estaba el sepulcro de San Bonifacio, apóstol de los pueblos germánicos, que había fundado la primera iglesia de Fulda en 742; el de Reichenau, en el lago de Constanza, y el de Saint-Gall, en Suiza. Poco queda de los edificios originales de estos centros de civilización europea durante la época carolingia, mas podemos juzgar el espíritu que los animaba por los tesoros literarios que contenían sus preciosas librerías y que enriquecen hoy las modernas bibliotecas.
La segunda iglesia de Fulda fue construida bajo el abad Rugiera, con el deliberado propósito de levantar al norte de los Alpes una réplica de la basílica de San Pedro de Roma. Al oeste de la nave central se construyó otro ábside para contener las reliquias de San Bonifacio.
Esta iglesia, comenzada hacia 802, fue consagrada en 819, aunque en 812 los monjes habían suplicado a Carlomagno que obligara al abad a suspender las obras porque «las enormes y superfluas construcciones y todas las demás necedades (inutilia opera) fatigaban indebidamente a los hermanos y habían dejado a los siervos exhaustos».
Desgraciadamente, la actual catedral de Fulda, del siglo XVIII, construida en el emplazamiento de la gran iglesia carolingia ha impedido que este fantástico monumento llegase hasta nosotros, pero su planta nos es conocida fuera de toda duda gracias a las excavaciones practicadas.
Del monasterio de Saint-Gall, fundado por monjes irlandeses en 614, tenemos un documento único en su género, un plano, y es posible que sea el mismo que Eginardo mandó al abad a quien Carlomagno encargó la reconstrucción total del edificio. Este plano muestra la distribución del monasterio, con sus dependencias y situación relativa, y además enseña rebatido el aspecto de ciertas partes, como los arcos del claustro, que se ven de medio punto y con un arco mayor en el centro de cada una de las alas.
La iglesia tiene ya dos ábsides, y hay dos torres de campanas, como en Centula, lo cual hace creer que serían de madera, pues de otro modo no se habrían prodigado. En el crucero, las paredes más gruesas parecen indicar el basamento de otro par de torres. El plano va anotado con indicaciones del servicio que cumplía cada una de las dependencias.
La escuela de los monjes irlandeses o británicos llegó a influir en todo el arte de la Orden benedictina. Hasta la casa matriz de Montecassino se halló pronto saturada del gusto céltico, y desde ella, a su vez, el estilo peculiar del arte de la Iglesia irlandesa, con su complicación ornamental de entrelazados y remates zoomórficos, se extendió por la Italia Meridional.
Montecassino, debido a su situación entre Roma y Nápoles, con histórico prestigio, irradiaba los gustos y las ideas de los monjes irlandeses a todas las demás abadías benedictinas del mundo, y así llegó a caracterizarse el estilo de la Orden como derivación del arte celta de los conventos de la verde Erín.
Pero en Montecassino, por su situación, ocurrió lo mismo que en Cividale. La gran abadía abandonó el arte carolingio y acudió a Bizancio nuevamente, para aprender en aquella perpetua escuela del arte de los siglos medios. Al debilitarse el Imperio franco con los sucesores de Carlomagno, Constantinopla recobró su predominio y a ella fue en busca de artífices el abad Desiderio cuando, en el año 1065, quiso restaurar la abadía.
Contratados en Bizancio, fueron a Montecassino el escultor Oelintus, el arquitecto Aldo y el pintor Baleus, quienes, terminado su encargo principal, construyeron, pintaron y esculpieron por la región de la Italia Meridional, como dice la crónica, per castella et eremos…
Arca de la Alianza (Oratorio de Teodulfo, Germigny-des-Prés). El mosaico que decora el ábside del oratorio es el único del que subsisten elementos originales, aunque se cree que en un principio fue traído desde Ravena. El Arca de la Alianza aparece protegida por la mano de Dios y por cuatro ángeles custodios.
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