Por otra parte, ya desde los primeros años de colaboración con Giorgione en el Fondaco dei Tedeschi, Tiziano aparece distinto de su maestro predilecto. La vida de sus imágenes ya tiene un latir más humano, terrenal y «terrible», y las figuras se sitúan casi en prepotencia en el espacio, en actitudes desenvueltas y seguras, en un giro nuevo de luces que abre infinitas e increíbles posibilidades de expresión al color. Color que será la gran magia de Tiziano en todo momento de su actividad, en todo género al que dedicará su prestigioso pincel.
Los retratos, las pinturas religiosas, las alegorías paganas, las que él llama sus «poesías», se entrelazan cotidianamente en su producción infatigable y prodigiosa. Pintor, se mantiene por encima de todo, durante toda su vida tan rica en honores, alejado siempre de los acontecimientos históricos, políticos y religiosos que le fueron contemporáneos. Su espíritu casi no percibió ni las luchas de las potencias extranjeras por el predominio en Italia ni las contiendas entre Reforma y Contrarreforma, Cristiandad y mundo musulmán. Podrán, todo lo más, ser pretexto y objeto de retratos famosos o altisonantes alegorías.
En el fondo, tampoco siente demasiado la atracción del poder papal que emana de Roma, a la que llegará en edad ya madura. Y, sobre todo, para siempre hablarán a su corazón Venecia y su ambiente, su familia y el Cadore. Perdidos los frescos en la fachada del Fondaco dei Tedeschi, realizados en el período de su colaboración con Giorgione, hacia 1508, desgastados en el Setecientos por la salobridad marina, las primeras obras de completa y verdadera autografía de Tiziano son las Tres historias de San Antonio, pintadas al fresco en la Escuela del Santo de Padua. Se las puede fechar entre 1510 y 1512 y ya en ellas triunfa el hombre, con la fuerza de su sentir, vivo y apegado a la vida que le rodea, en un coloquio pleno y continuo. Son imágenes claras e historias abiertas al espectador, ceñidas al hilo conductor de una lógica equilibrada y segura.
Parecen como episodios de la vida cotidiana que sólo en el vibrante cantar de los colores ya plenos revela el desarrollo de los tres milagros: el del recién nacido que testimonia a favor de su madre, el del pie curado y el de la mujer herida. Por otra parte, ya en el Concierto campestre del Louvre, iniciado quizá por Giorgione, pero ciertamente ejecutado por el jovencísimo Tiziano, se presentía esa viva realidad que une al hombre y la naturaleza en un canto feliz a la belleza, a la belleza entendida en el sentido del clasicismo más ideal e incorruptible.
En 1512 tal vez su fama empieza a rebasar los confines del Véneto, siendo invitado a Roma por Pietro Bembo. Rehúsa la invitación y prefiere ofrecer sus servicios a la Serenísima República veneciana.
Regresa a Venecia. El momento es propicio para él. Giorgione ha muerto de la peste en 1510, Carpaccio vive aislado en el lúcido mundo de sus fantasías, fuera del tiempo, Sebastiano del Piombo está en Roma y Lorenzo Lotto, inquieto y humilde, se ha alejado para siempre del Véneto. Sólo Giovanni Bellini, ya anciano, puede contender la palma del primado a Tiziano, que en aquel momento cuenta veinticuatro años de edad nada más.