Junto a las puertas había parejas de animales, pero no se ha podido encontrar hasta ahora en Choga Zambil ninguna decoración mural con ladrillos moldeados. Lo más misterioso de este zigurat es que no era totalmente macizo: había multitud de cámaras en las que se amontonaban clavos y placas de barro cocido y se tapiaban después. Si bien en Susa no han podido encontrarse edificios de época elamita, se han hallado esculturas que han permitido conocer algunos aspectos de aquella antigua civilización. Entre ellas destaca la gran estatua de bronce de la reina Napir-Asu, esposa de Untash-Huban.
Pese a faltarle la cabeza, esta figura impresionante, que pesa cerca de 1.800 kilos, admira por su extraña modernidad y por la elegancia de su regio aspecto. Su vestido es una falda acampanada, que termina con flecos, y se cubre, además, con una túnica ceñida que moldea su torso juvenil. Al contemplarla, no puede evitarse la impresión de una gran dama que se desliza con su vestido de gala sobre la alfombra de un salón. Tranquila y solemne, sus bellas manos cruzadas con dignidad y nobleza atraen más la atención a causa de la mutilación de la cabeza: uno solo de sus dedos se adorna con un anillo.
Entre los diversos bronces elamitas de esta segunda mitad del II milenio a.C, tiene un singular atractivo la tabla de bronce del Louvre conocida con el nombre de Sit-Shamshi. Sobre una superficie de 60 por 40 centímetros se ha representado con todo cuidado una especie de maqueta de una ceremonia religiosa que dos hombres en cuclillas y desnudos celebran a la salida del Sol. Aquella explanada en la que además de las figuras de los oficiantes destacan una tinaja, dos columnas y diversos elementos rituales conserva aún para la actualidad la emoción del rito de una religión desconocida.
Más tardía, de hacia el año 1000 a.C, es una extraordinaria cabeza masculina de terracota, hallada en Susa. La policromía en negro cubre sus poderosas cejas, y la barba y el bigote recortados le dan el aspecto de persona importante. Los labios cerrados, cuyas comisuras se inclinan hacia abajo, parecen conferirle una expresión de triste desencanto.
Hacia 1935, el mercado internacional de antigüedades empezó a verse bruscamente invadido por gran cantidad de extraños objetos de bronce que no se parecían a ninguna de las series antiguas conocidas. Los vendían traficantes armenios que no sabían, o no querían declarar, el lugar exacto de su origen. Se empezó por creer que eran objetos de las tribus de escitas de que hablaban los autores clásicos.
Lo único que daba fuerza a esta atribución era el hecho de que, en su mayoría, eran frenos de caballo y el saber que los escitas fueron -según cuentan Heródoto y Éstrabón- infatigables jinetes de las estepas de las orillas del mar Caspio. La atribución fue muy discutida porque aquellos bronces no se parecían nada a lo que se conocía de los escitas. Además, pronto empezaron a aparecer también hachas ceremoniales, calderos, coronamientos de estandartes y agujas para los peinados femeninos, todo ello de bronce, y cada vez más alejado del arte conocido de los escitas.
Entonces se empezó a decir que tales bronces procedían del Luristán, región iraniana montañosa, situada hacia el sur del país, que hasta hace pocos años no era aconsejable para los viajeros que iban sin armas. Actualmente atraviesa el Luristán una de las carreteras de más bellas perspectivas paisajísticas de todo el Oriente, que va desde Susa hasta Kermanshah. Sin embargo, los arqueólogos no esperaron las comodidades turísticas; en 1938, F. Schmidt excavó un santuario en Surkh Dum, en pleno Luristán, y obtuvo un importante lote de objetos idénticos a los que vendían los traficantes clandestinos. Esta es aún la única excavación científica realizada, lo que hace que las fechas propuestas para los bronces del Luristán varíen entre el 1500 y el 800 a.C.
Lo más característico de estos bronces son los frenos de caballo y los estandartes. Los primeros van adornados generalmente con dos figuras de ibex o cabras monteses, aparejadas con un barrote transversal, y con sendas anillas que servían para sujetar las riendas.
Puede decirse que el ibex es el animal patronímico del Irán, como lo era el león para Asiría, el dragón para Babilonia y el toro para Sumer. En cuanto a los estandartes o remates de mástil, aparte de su valor artístico, son interesantes porque presuponen una organización social avanzada. Algunos parecen un acertijo en el que es difícil descifrar las figuras que los componen. Generalmente hay un personaje central que agarra con sus manos las cabezas de dos monstruos que unas veces tienen fauces de león y otras pico de ave de presa. Todos estos bronces del Luristán fueron fundidos con la técnica que hoy llamamos «a la cera perdida».

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