La arquitectura religiosa mesopotámica más antigua es la Caldea y existen dos tipos de templos caldeos. El primero, y más antiguo, es un templo de un solo piso, con tablados de madera en el interior para depositar las ofrendas e imágenes de la divinidad. El segundo tipo, algo más moderno, es un templo levantado sobre una terraza, con un santuario al fondo y un altar de sacrificio, a menudo fuera, al pie del terraplén, en el eje de la puerta. Existen dos ejemplos muy conocidos de templos caldeos, nos referimos al Templo Blanco y al Templo Rojo.
Eran construcciones de la época anterior al Diluvio. Estaban construidos uno sobre el otro y eran de ladrillo cocido. Asimismo, el Templo Blanco se trata del primer intento realizado de construir una escalera entre la tierra y el cielo para asegurarse a toda costa el descenso de los dioses.
Cada ciudad se encontraba dedicada a un dios. Y el templo, símbolo de la divinidad, era el centro económico, político y religioso, poseía tierras de cultivo, rebaños, almacenes y talleres. Los sacerdotes organizaban el comercio y empleaban a campesinos, pastores y artesanos, quienes recibían como pago tierra para cultivo o cereales, dátiles o lana.
Era obligatorio acercarse al templo, aunque no lo fuese creer en lo que representaba. El templo y su dios tenían un valor simbólico, no saMfico. En épocas antiguas la religión no se podía establecer directamente con los dioses, sino que pasaba forzosamente por el templo, que controlaba la relación con la divinidad.
Los templos, instrumentos políticos, ponían y quitaban gobernantes. El rey gobernaba la ciudad como un designado por los dioses, y se dedicaba a funciones menos especializadas que los sacerdotes, como la política exterior y sobre todo a la guerra. El rey vivía en el palacio, que solía estar cerca del templo pero era mucho más pequeño, lo que ilustra bien quien detentaba realmente el poder.
Esta situación fue cambiando a medida que los ejércitos crecían, ya que el jefe del ejército era el rey. En las zonas sagradas empezaron a construirse palacios, y los palacios comenzaron a rivalizar en tamaño y esplendor con el templo. Cuando el templo y el palacio se convertían en dos sistemas opuestos de poder, se mantenían en un equilibrio con frecuencia difícil. Para beneficio del ciudadano, un poder vigilaba al otro.
Cuando los vencedores deseaban asimilar a un pueblo conquistado, los dioses de las ciudades vencidas, con sus templos y sus sacerdotes, eran reconocidos como tales por los vencedores, aunque puestos a menudo en el lugar jerárquico de poderes protectores secundarios dentro del panteón del vencedor. Cuando los vencedores deseaban destruir a los vencidos, destruían su templo, que era el símbolo de su existencia no sólo como nación, sino también como pueblo. Por eso las luchas no eran sólo entre gobernantes de ciudades rivales, sino también entre dioses.
En general, en los templos se busca la solidez de los muros, por lo que predomina la horizontalidad por encima de la verticalidad. Son muros muy gruesos en la parte inferior y se busca abrir el mínimo número de puertas y ventanas para ganar en robustez. Los templos, al igual que los demás edificios, estaban hechos de ladrillos de barro sin cocer, y para que los muros, vistos desde el exterior, no fueran grandes masas de ladrillos sin ningún tipo de ornamentación, se realizaban, a lo largo de todo el perímetro, filas de ladrillos que sobresalían del resto, como amplias franjas verticales que daban cierto dinamismo al conjunto y mediante las luces y las sombras que se producían provocaban cierta plasticidad.
Como en el caso de los palacios, se construyen sobre un terraplén. Los techos suelen ser planos y sólo en el Alto Tigris se ha conocido la noticia de tejados a doble vertiente o a dos aguas. Las columnas eran poco utilizadas, aunque en los templos de El Obeíd, de la I Dinastía de Ur, se han encontrado restos de un tronco de palmera recubierto con cobre o incrustaciones policromas que reproducían la textura del auténtico árbol.
En este mismo templo puede observarse otra de las constantes que aparecían en los templos mesopotámicos, la ornamentación en las paredes en forma de frisos. Destaca el friso de la lechería, donde sobre un fondo de betún se han dispuesto una serie de figuras humanas y vacas. Algunos hombres se disponen a ordeñar a las vacas mientras otros recogen la leche en odres.
En la antigua Mesopotamia no existía el sentido del arte actual, sino que estaba al servicio del gobierno y era una expresión del poder. Así que los artistas eran anónimos y el arte estaba supeditado al poder, el gobierno era su dueño, por lo que los artistas eran anónimos. El arte era una técnica para relacionarse con lo sobrenatural, reproduciendo su poder mágico para relacionar a las divinidades con la vida de los humanos.

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