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Historia del Arte

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Tiziano: Un nuevo ímpetu creador (I)

A propósito de la última técnica de Tiziano, nos confirman su pintar inmediato y rápido algunos testimonios directos de Palma el Joven, relatados por Marco Boschini. Ciertos «estregar de los dedos» que le servían para avivar los «extremos claros»; sus «acentos oscuros» y las rayas de carmín que constituían el «condimento de los últimos retoques». Como todos los viejos, Tiziano se aparta ya de todo vínculo terrenal, olvidando casi el dolor sentido por las muertes recientes de Carlos V, de Vasari, de Sansovino, y las alegrías, como la reconciliación con su hijo Pomponio y las bodas de su predilecta Lavinia.

Se encierra, con la poesía que siente en el corazón, en el refugio seguro de sus recuerdos. Es el Tiziano del pequeño retablo realizado para la iglesia de su pueblo natal, para la capilla de su familia, en el que se ha retratado a sí mismo haciéndose partícipe, también físicamente, de ese mundo de entrañables afectos y de familiar adoración que rodea a la Virgen y al tierno Niño, que parecen cobrar vida y aliento de la suave luz que todo lo impregna y que palpita sobre la oscuridad del fondo. Es el Tiziano del espléndido Autorretrato del Prado, el último de la serie, en el que su rostro, consumido por los años y devorado por el ansia creadora, parece salir del fondo oscuro por obra de una magia luminosa.

De estos mismos años, realizado entre 1566 y 1568, es el retrato de Jacopo Strada, hoy en Viena, el último quizá de la maravillosa galería de personajes eternizados por Tiziano durante su larga vida. El gentilhombre emerge con aplomo de un fondo fastuoso, como él mismo, bajo el abrazo de la blanda pelliza. Los tonos rojos, verdes, violáceos y negros se sumergen en la sombra para brillar de repente en los resplandores luminosos de la atmósfera dorada que, en su vibración temblorosa, da inestabilidad a la postura y una continua y voluntaria articulación al ambiente. Anciano ya, sin preocupaciones económicas y cada día más famoso, miembro desde 1566 de la Academia Florentina de Dibujo, honrado en su taller veneciano por artistas como Giorgio Vasari y por soberanos como Enrique II de Francia, Tiziano no cede a la vejez y a la ambición, abandonándose al goce de sus bienes materiales y morales.

Viejo verdaderamente terrible, entendiéndose por terrible el ímpetu creador, que ni abandona su actividad ni se reclina en los moldes de probada validez, sino que, cerca de los ochenta años, se encamina hacia una nueva expresión, hecha de atmósferas llameantes y de figuras casi sin peso que cobran vida y viven sobre todo en virtud de la luz, alcanzando los límites extremos de toda expresión pictórica. El Martirio de San Lorenzo de El Escorial, iniciado para Felipe II en 1554, pero aún sin terminar en 1564 cuando Vasari lo vio en casa de Tiziano en Venecia, es ya expresión de la última manera tizianesca.

Las grandes figuras que se agitan en la rojiza profundidad de un templo, pierden todo peso en la intensa profundidad nocturna que, rasgada por el destello de las antorchas humeantes, las hace semejantes a fantasmas que vagan en la oscuridad, privando a la escena representada de casi todo valor y significado. Parece un juego mágico que, en el alternarse de claridades y de sombras, da forma y vida a la luz. El Santo Entierro del Prado, asimismo fechado en 1566, vibra de dramáticos sentimientos en el aflorar de los colores desde la oscuridad, en un agitarse fantástico de imágenes luminosas, creadas en un descomponerse de colores en la luz que se pierden casi en una sombra y en un espacio indefinidos.

Una vez más es la luz, como recogida en un haz, la que da vida y cuerpo a la Santa Margarita del Prado, en la que predomina un impresionante silencio nocturno, roto por los resplandores de un incendio y subrayado por los sanguíneos reflejos del agua y por el pardo suave de las rocas. También la alegoría conocida con el nombre de La religión socorrida por España, del Prado, es una sucesión de figuras luminosas que nacen y se pierden en la oscuridad del paisaje.

Esta obra realizada para Felipe II es la readaptación de una «poesía» iniciada para Alfonso de Este y abandonada en el lejano 1534 debido a la muerte del cliente. Vasari la vio en vías de transformación en 1566, durante la visita que hizo a Tiziano. El original planteamiento de las figuras se convierte ahora sobre todo en un espléndido juego de luces y colores, hecho más vivo y más libre por la ligereza del toque casi impalpable de la rápida pincelada de Tiziano. Y las figuras, con el esplendor cromático de sus ropajes, parecen continuar y perderse en la abertura suave del gran paisaje que se difumina sobre el azul pálido del mar y el rosa tenue del cielo, apenas manchado por las nubes grises y por los árboles oscuros. Todo él es un lírico abandono a un acorde musical de tonos azules, grises, amarillos, rosas, verdes, en las caducas claridades de la tarde que rememoran una vez más la sensibilidad musical de Tiziano y que hermanan esta obra con otra, asimismo en el Prado, que representa el Pecado original y con la Anunciación de San Salvatore de Venecia.
Historia del Arte
Dánae de Tiziano (Museo del Prado, Madrid). Es posible que éste sea el más bello desnudo realizado por el pintor. Esta nueva versión de Dánae, recibiendo la lluvia de oro, fue ofrecida por Tiziano a Felipe II junto con otras «poesías mitológicas». El buscado contraste entre las dos figuras no hace sino resaltar la sensual belleza de Dánae, toda candor y abandono. La insólita lluvia de oro confiere una atmósfera irreal a la escena, y en ella Tiziano se adelanta temática y técnicamente a su época.

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