En realidad, la única tumba faraónica que los arqueólogos pudieron encontrar intacta, sin que los ladrones la hubieran saqueado previamente, fue la de Tutankamon.
Descubierta en 1922, en el Valle de los Reyes, este hallazgo emocionó y apasionó a todo el mundo más que ningún otro descubrimiento arqueológico desde que Schliemann encontró Troya. Hoy sus tesoros -estatuas de oro, joyas, marfiles, esmaltes- que aparte de su valor artístico tienen un valor material incalculable, son el orgullo del Museo de El Cairo.
Howard Carter fue el arqueólogo que dirigió las excavaciones subvencionadas por lord Carnarvon. Después de seis años de esfuerzos infructuosos, los excavadores descubrieron la entrada de la tumba y despejaron la escalera.
Allí estaba la puerta de piedra con sus sellos intactos. Carter mandó un telegrama a Londres y tuvo la paciencia increíble de aguardar más de quince días la llegada de lord Carnarvon y su hija. Por fin, el 24 de noviembre de 1922, la puerta fue derribada, pero al otro lado se encontró una galería invadida de escombros.
Después de varios días de trabajo, los exploradores alcanzaron una segunda puerta. Las manos de Carter temblaban de tal manera, que apenas podía sostener la herramienta; finalmente, logró practicar un agujero por el que introdujo una vela encendida.
Al principio no veía nada, pero cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra, según escribió él mismo, «empezaron a surgir detalles de la habitación, animales extraños, estatuas y oro, ¡el brillo del oro por todas partes!».
Incapaz de soportar la duda, lord Carnarvon preguntó: «¿Ve usted algo?» Howard Carter se volvió lentamente y al fin pudo articular: «¡Sí, cosas asombrosas!» Habían encontrado la antecámara del sepulcro de Tutankamon. Los meses siguientes terminaron la exploración que cada vez les fue proporcionando sorpresas más extraordinarias: el anexo de la antecámara, la cámara funeraria y la cámara del tesoro.
