El Sesostris I joven del Museo de El Cairo tiene una mueca fina que revela a un melancólico; este temperamento se manifiesta más en su otro retrato, ya anciano, que conserva el Metropolitan Museum de Nueva York. Lo mismo sucede con el rostro de ojos salientes y boca fuertemente cerrada, que hace un gesto amargo, del rey Amenemhet III, del Museo de Bruselas.
Este estado de espíritu es visible incluso en la maravillosa esfinge de granito rosa del Museo del Louvre. El cuerpo de león y la majestad del klaft sobre la cabeza no le quitan su tensión angustiada. Por cierto que esta esfinge lleva los sellos de un invasor hikso, el rey Apopi, que así pretendió usurpar una representación faraónica de la XII Dinastía.
Pero, además de los acontecimientos políticos, hubo otras circunstancias que contribuyeron a dar este carácter tan particular a las esculturas del Imperio Medio. Entre ellas jugó un papel de singular importancia un nuevo desarrollo religioso. Ya se ha dicho antes que durante el Antiguo Imperio el culto al dios solar Ra gozó casi de un monopolio, especialmente entre los faraones y grandes personajes de las V y VI Dinastías.
Pero durante el Imperio Medio, una nueva devoción, relacionada con el culto de Osiris, fue ganando un creciente prestigio como interpretación popular del destino humano. Osiris es el mito del dios que muere y resucita, es una divinidad subterránea, como la fertilidad de la tierra, que -frente a la religión de Ra- promete una inmortalidad abstracta que debe haber influido en el estado de espíritu que tanto afectó a la escultura del Imperio Medio.
En las pocas estatuas, retrato que se conservan de esta época, hay una aureola de tristeza que a veces se refleja en los rostros con una mueca de sollozo reprimido. Hasta las que están impávidas tienen como una parálisis enfermiza de gestos.
Los retratos funerarios de grandes personajes como el sumo sacerdote Ankh-Reku, del Museo Británico, y el canciller Nakhti, del Louvre, parecen de gentes que llegaran del reino de Osiris tan aterrados por lo que han padecido en vida como por lo que van a encontrar después de muertos.
