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Historia del Arte

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Los nabis (III)

Menos importante es Paul Sérusier (París, 1863- Morlaix, 1927), primer esteta y fundador del grupo de los nabis. Tras unos comienzos singulares, se extravió en un arte de concepción más que de realización. En 1906, hizo su autorretrato con el título de El Nabi bajo la figura de Dios padre.

Llegó a la Académie Julián con una base de sólidos estudios y, hay que recordarlo, fue él quien trajo a sus camaradas la paleta y el fuego sagrado del Talismán. Sus interminables teorías y sus muchachas-flores un poco exangües no consiguen convencernos. Y si bien su retrato de Paul Ramón en traje nábico resulta un documento francamente bueno, no se puede conceder valor alguno a sus composiciones excesivamente gauguinescas y a sus paisajes en los que a veces sueña una «musa» aislada. Deseaba pintar lo que denominaba «la imagen mental» y se interesaba por la teosofía. Terminó elaborando un arte muy simplificado, pero al mismo tiempo pobre de formas y colores, un arte de «ideísta» más que de plástico.

En 1893, Aristide Maillol (Banyuls-sur-Mer, 1861-Perpiñán, 1944) entró en contacto con los nabis. Maillol se dedicaba entonces a la pintura y ya se había sentido seducido por las curvas de las mujeres generosamente desarrolladas.

En 1881, copió El Pobre Pescador de Puvis de Chavannes. Hace arte decorativo y tapicería, y vive miserablemente. Afectado por una enfermedad de la vista, renuncia a pintar y se pasa a la escultura, empezando con la madera. En 1902, ya superada la etapa de penuria, Maillol dibuja, muchas veces a la sanguina, los esbozos de sus esculturas que, tras una ligera influencia del «modern style», poseen una plenitud de edad de oro que le colocan al nivel de Renoir.

Maillol se limita a un tipo de desnudo femenino que presenta en cuclillas (La Noche), de pie (Pomona) o tendido (Monumento a Cézanne) y en el que reanuda el modelado continuo de la forma ceñida y monumental, en oposición a Rodin y a su modelado manual tan aparente.

Poco se puede decir de los restantes nabis, como Ker-Xavier Roussel que, tras unos prometedores comienzos, se entregó a una mitología complaciente y fácil, y de los minores, es decir, Henri-Gabriel Ibels, el colaborador de «Escarmouche» que ilustra los programas del Théátre Libre; Georges Lacombe, muerto a los 42 años, hoy olvidado, pero autor de curiosos paisajes con mares orlados de olas a la japonesa y de maderas esculpidas que recuerdan el «lecho bretón» de Gauguin; Paul Ranson que ejecutó unas decoraciones nábicas y compartimentadas, cuando no se dejó llevar por la decoración de una imaginería oriental; Louis Anquetin que, en 1889, pinta un tiro de caballos que pasa por el Pont Neuf; Jean Verkade que no superó la etapa escolar de sus dibujos.

También tendría que mencionarse a Charles Filliger que, sin ser propiamente nabi, estuvo muy relacionado con este movimiento. Finalmente, ahí están el belga Evenepoel, un discípulo de Gustave Moreau, que en sus inicios roza el nabismo, y su compatriota León Spilliaert que hace un nabismo expresionista.

Muy rápidamente los principales artistas del grupo abandonaron el tachismo y el arte japonés, y siguieron sus propios caminos para dar paso a los nuevos vanguardistas que esta vez se llamarán fauves y cubistas.
cursos de pintura
La partida de póquer, de Félix Valloton (Musée d’Orsay, París). Esta obra, que data de 1902, ilustra a la perfección la factura preciosista de este pintor que tan exactos retratos nos dejó de los poetas simbolistas. La lámpara, es decir, la luz, marca el eje
de la composición, relegando a un segundo plano lo que en cualquier otra época se hubiera considerado la escena principal. De nuevo la representación se somete al símbolo, buscando el conocimiento intelectivo y la expresión conceptual.

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