Quien se expresa no es otro que Joachim von Sandrart, que publica en Nüremberg, en 1575, su Deutsche Akademie, con la ambición de ser el Vasari del arte alemán. Los investigadores modernos han logrado averiguar que Grünewald se llamaba en realidad Mathis Gothard-Nithard, que debió nacer hacia 1470 en Wurzburgo y que murió en 1528 en Halle. El retablo de Isenheim debió ser pintado alrededor de 1510.
Es una obra absolutamente alemana por el hecho de subordinarlo todo a la expresión, hasta tal punto que se ha dicho es la pintura religiosa más impresionante de Occidente. Todo en ella es extremado: tanto la ternura de María con el concierto de ángeles luminosos que la acompaña, como la escena pavorosa de la Crucifixión, en la que el cuerpo de Cristo es un cadáver lleno de marcas atroces de tortura.
Por fin, el último pintor importante de esta escuela germánica de la Reforma, Holbein, llamado el Joven, es, sobre todo, un retratista. Aunque nacido en Augsburgo en 1498, Holbein pasó todo el tiempo que le dejaban libre sus viajes, en Basilea, donde se encuentra hoy una célebre colección de sus obras, reunidas en el Museo. Al final de su vida pasó a Inglaterra y acabó por avecindarse allí, donde murió en 1543. Pero fue en Basilea donde se formaron su espíritu y su arte.
La pequeña ciudad suiza de las orillas del Rin era entonces un importante centro de estudios, por su universidad y sus imprentas. Allí residía Erasmo, del cual Holbein pintó varios retratos que se han hecho muy populares, y sus editores, como Froeben y Amerbach, eran no sólo industriales impresores, sino notables coleccionistas. Holbein recibió varios encargos del Consejo municipal y de burgueses acomodados, quienes solicitaban que les decorase sus casas o pintase retablos para sus capillas.
Muchas de estas obras, sobre todo los frescos, han desaparecido; para dar idea no queda más que la predella, con Cristo en el sepulcro, de un famoso retablo de la Pasión, reputado la obra maestra de Holbein.
Aquella figura del Cristo muerto, con los ojos y la boca abiertos como los de un ajusticiado, causa dolor y pasmo, casi espanto, al contemplarla en la sala del Museo de Basilea. Cristo ha muerto, era hombre mortal; cuanto más humana sea la representación del cadáver, más grande será la gloria de su resurrección.
El naturalismo del hombre muerto del Museo de Basilea se halla perfectamente de acuerdo con la crítica de los reformadores; allí enfrente está el Retrato de Erasmo, acaso traduciendo del griego, por primera vez, el Evangelio de San Juan; allí está también el Retrato de Amerbach, el impresor culto e inteligente, con su elegante gorra negra y la inscripción que le acredita de erudito.
Erasmo de Rotterdam, de Hans Holbein el Joven (Musée du Louvre, París). Influido por las obras de Andrea Mantegna y Leonardo da Vinci, rindió tributo a los dos pintores renacentistas en uno de sus primeros retratos para el filólogo humanista Erasmo de Rotterdam, cuya amistad facilitaría que Holbein ilustrara con sus xilografías El elogio de la locura y viajara a Londres recomendado por el propio Erasmo para servir otros encargos a Tomás Moro y otros personajes de la época íntimamente ligados a la Reforma.