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Historia del Arte

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Tintoretto, un soplo de modernidad (II)

Hacia el ocaso de su vida, el Tintoretto recibió el encargo de pintar la escena del Juicio Final para el palacio de los Dux, haciendo un cuadro de quince metros de largo por diez de alto, que es la mayor pintura sobre lienzo del mundo entero. Es una obra estupenda con centenares de figuras, y tan alejada de todas las tradiciones que ha sido siempre considerada como una pura excentricidad por los ingenios mesurados y académicos. Venecia la admiró al acabar de pintarse, y aún hoy asombra también a quienes la contemplan. Sólo un genio ardiente y dinámico podía haber atacado el problema de un modo tan colosal. Parecía que después de Miguel Ángel nadie podía pintar ya la escena del Juicio. Tintoretto gana a Miguel Ángel, si no en sentimiento y profundidad, al menos por la agitación y número de las figuras. Da una impresión de la humanidad, complicada y variada, que no se encuentra en la gigantomaquia de Miguel Ángel.

El Juicio Final fue la última obra del Tintoretto, que murió en 1594, a la edad de setenta y seis años, de la peste, y fue enterrado en Santa María dell’Orto, al lado de su hija Marietta, que a su vez había sido uno de sus más destacados ayudantes y gozó de fama como retratista y cantante.
Tintoretto, creador de tantos mundos imaginarios, de tantos personajes fantásticos, fue un retratista que se empeñó en interpretar con rigurosa exactitud la fisonomía de hombres reales. La mayoría de los retratos del Tintoretto son de hombres de edad madura, ancianos, patricios, magistrados, senadores de la Serenísima República de Venecia. Sólo se conservan dos retratos de mujer suyos, ambos en el Museo del Prado, que parecen de dos hermanas. En uno de ellos, la dama exhibe el pecho haciendo alarde del mismo. Hay cierto candor en esa manifestación de ser consciente de lo que constituye un atractivo de su persona. Ridolfi también transmite la información, apasionante, de que Tintoretto pintó también los retratos de unos embajadores japoneses, pero desgraciadamente se han perdido.

Contemporáneamente a estos insignes maestros, desde los días de Giorgione hasta fines de siglo, pintaron en Venecia otros artistas excelentes que, por comparación con los que se acaba de comentar, aparecen a manera de astros de segunda magnitud, pero que, si se considera con atención este fenómeno de la evolución de la pintura veneciana del Cinquecento, estuvieron dotados de grande y personal talento. Uno de ellos fue Lorenzo Lotto, quien, aunque se había formado en Venecia, hubo de trabajar principalmente en Roma. Nacido en 1480, conservó Lotto toda su vida un espíritu joven y sentimental. Seguramente a causa de ello parece haberse injertado en su alma algo de la finura estética de Giorgione. Viajó este artista largos años, pintando y aprendiendo. En Roma, vio como la escuela de Rafael imponía sus fórmulas académicas; en las provincias del Adriático observó el raro fenómeno de belleza de los cuadros de Correggio…

Cuando, en 1529, Lotto regresó a Venecia, era demasiado viejo y tenía sobrada experiencia para dejarse seducir por cualquier otro artista. Así es que los triunfos de Tiziano, que estaba entonces en el apogeo de su fama, no pudieron desviarle de su camino; pero a quien Lotto no pudo olvidar jamás es a Correggio, y así fue como, por él, entró en la escuela veneciana algo del gran sentimentalismo y de la poética vibración cromática del maestro de Parma, y ello se revela plenamente, muchas veces, en sus magníficos retratos. La ternura de sentimientos de la pintura de Lorenzo Lotto es un reflejo de su infinita bondad, de su resistencia a la adversidad en la vida y de la mansedumbre que en él admiraron sus contemporáneos.

el renacimiento
Matanza de los inocentes de Tintoretto (Detalle, Scuola di San Rocco, Venecia). Obra de extrema violencia que pertenece al ciclo de Historia Sagrada al que el pintor dedicó veintitrés años. Es una obra grandiosa, de inmenso sentido dramático.

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