Algunos relieves del arco de Constantino están usurpados de otros arcos triunfales del tiempo de los Flavios y Antoninos. Es todavía un enigma la razón de este desvergonzado empleo de elementos de otros arcos anteriores en el arco de Constantino.
¿Es que tuvo que edificarse precipitadamente sin tener tiempo el arquitecto de encargar relieves para su obra? ¿Es que era costumbre desmantelar estos edificios conmemorativos después del triunfo y había en Roma almacenados relieves para tal ocasión? ¿Es que no había artistas capaces, y se creyó mejor expediente desvalijar arcos de Trajano, de Domiciano y de Marco Aurelio?
Esto último parece lo más razonable, ya que se conserva un edicto de Constantino en que invita a trasladarse a Roma a los arquitectos y escultores de provincias; pero, sea por lo que fuere, es un hecho que para adornar con algún decoro un arco triunfal en Roma a principios del siglo IV se tuvo que recurrir al saqueo de otros arcos triunfales anteriores en más de un siglo.
En el propio arco de Constantino hay también relieves contemporáneos de la construcción de la obra, los cuales revelan ya un gusto casi idéntico al de la alta Edad Media. Las figuras están recortadas con dureza sobre el fondo, para aislarlas unas de otras; no hay aquella aplicación flexible de las formas sobre el plano, que producía antes el efecto de perspectiva. Particularmente expresivas de la nueva sensibilidad son las Victorias de los zócalos de las columnas, que sostienen trofeos militares, mientras a sus pies están las figuras tradicionales de los bárbaros prisioneros.
Los últimos escultores romanos, cuando labran las Victorias del arco de Constantino, no reproducirán el tipo clásico de la Victoria que vuela, pero en su interpretación expresan un gusto nuevo, en el que ya aparece el brío de los decoradores románicos de la Edad Media.
Lo mismo pasa en la ornamentación vegetal: las guirnaldas y temas decorativos del siglo IV no poseen la jugosa belleza del arte augústeo ni la robustez consciente del siglo de Trajano; no tienen vida, pero se inicia en ellos, con la estilización de las formas y en su acumulación sobre un plano, el origen de un nuevo estilo, lleno de fecundas consecuencias…
Estos cambios, iniciados con el reinado de Septimio Severo (193), crean un arte ávido de hacer comprender más que de resultar sensible.
Se trata de un arte muy intelectualizado que -en lugar de prestar atención a la diversidad de formas que ofrece la naturaleza- prefiere la uniformidad de las convenciones (personajes representados de frente, tamaños correspondientes a su respectiva importancia jerárquica), un arte que prefiere el grafismo del relieve, de la pintura o del mosaico a la expresión volumétrica de la estatua, un arte espiritualista para el que el cuerpo humano no es la mayor maravilla porque es capaz de destruir sus proporciones para expresar ideas que le parecen más importantes: autoridad, dolor, trascendencia.

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