El arte de los tairona


Lo que hoy se conoce como el arte de la cerámica de los tairona pertenece a una época más bien cercana a los años previos a la conquista, aunque sus orígenes se remontan a unos mil años antes. Los tairona estaban asentados en la parte septentrional del actual departamento de Magdalena, en la Sierra Nevada de Santa Marta, al norte de Colombia, abarcando una amplia región que iba desde la costa atlántica hasta el macizo montañoso separado de los Andes que la conforma. No sólo destacaron por su cerámica, sino por sus trabajos en orfebrería, tallado de piedra y, de acuerdo a las investigaciones más recientes, en la arquitectura. Se han localizado rastros de caminos enlosados, albercas, alcantarillados, aljibes y amplias terrazas de cultivo, lo que indica el avance de su horticultura, que se centraba en el cultivo de la batata, el maíz, la yuca y el algodón. Se han llegado a distinguir hasta tres tipos de construcción a base de piedras redondas, lajas delgadas y estructuras en forma anillada. Fue el descubrimiento, en 1976, de un complejo arquitectónico a más de mil metros de altura sobre el nivel del mar lo que reveló el grado de sofisticación de la cultura tairona. Conocida como la Ciudad Perdida, este complejo estaba compuesto por decenas de terrazas, una de las cuales llega a cubrir novecientos metros cuadrados. Estaban sostenidas por muros de piedra y contenían capas de tierra fértil abastecidas por un sistema de irrigación de canales y zanjas. Se estima que este complejo data de unos mil trescientos años a.C. y revela una concepción integradora y de respeto frente al medio ambiente.
La alfarería de los tairona, de tanta calidad como la de los quimbayas, tenía una amplia gama de motivos, tanto figuras antropomórficas como zoomórficas, que aplicaban a urnas, rodillos y ánforas. Su cerámica se distingue por tres variedades de color: rojizo, negro y habano o crema. En las vasijas y urnas de color rojizo destacan la técnica de incisión de puntos y la impresión ungular. Además de estos detalles, añadían rostros humanos que colocaban en la parte superior de las piezas. Esta cerámica se trabajaba con técnica de espiral y en formas globulares, subglobulares y cilindricas. Utilizaban como materia prima el desengrasante de arena fina y mica, que recubrían con engobe fuertemente cargado de hierro.
La cerámica negra solía tener un uso ceremonial, por lo que abundan copas, vasos de cuello alargado, vasijas globulares, alcuzas y silbatos. Tenían incisiones como decoración, pero lo más destacado son las representaciones humanas -adornadas con coronas, máscaras e insignias- y las cabezas pareadas de animales. Recipientes tetrápodes, jarras y vasos cilindricos, decorados con líneas incisas que forman rejillas, eran asimismo propias de la cerámica de tonos crema o habano. En los usos ceremoniales tenían un protagonismo especial las representaciones de jaguares y serpientes, así como figuras fálicas, ya que los tairona practicaban la homosexualidad en sus rituales.


Silbato con figura antropomorfa
Silbato con figura antropomorfa. En la cultura tairona se utilizaban algunos instrumentos musicales como complemento de la liturgia ceremonial, generalmente cuernos, caracolas, silbatos y ocarinas. Este silbato de cerámica con decoración Incisiva presenta la imagen de un chamán, considerada la máxima autoridad religiosa de la sociedad tairona. Los chamanes desempeñaban el rol de
curandero, de recitador de las leyendas, de maestros de ceremonias de los bailes y de cantores de las fiestas sagradas. En sus actuaciones públicas, el chamán siempre aparecía oculto tras una máscara zoomorfa y coronado con plumas o atributos animales, y se les representaba habitualmente de pie como ostentación de su poder social, tal y como ha sido modelado en este silbato.