Los grandes santuarios panhelénicos

Además de los templos dedicados a las divinidades locales de cada ciudad, en el suelo de Grecia había varios lugares sagrados en los que una piedad común reunía periódicamente a todo el pueblo griego. Desde un principio, los más famosos de estos lugares sagrados fueron los dos grandes santuarios de Delfos y Olimpia. En el primero se veía todavía la grieta de la roca cerca de la cual Apolo, el dios de los dorios, había dado muerte a un héroe local en forma de Pitón. En Olimpia había crecido Zeus, el hijo de Cronos, llevado allí desde el Ida por los atletas dorios; su devoción había suplantado la del primitivo señor del lugar, Pélops, el héroe venerado por todos los griegos, cuya tumba se conservaba rodeada del mayor respeto. Más tarde, otro santuario famoso, al que acudían igualmente los peregrinos en grandes multitudes, fue el de la isla de Délos, porque allí se enseñaba la roca donde Latona había dado a luz a los gemelos Apolo y Artemisa.
En estos lugares veneradísimos, además del templo central, surgieron a su alrededor una infinidad de monumentos votivos, construcciones piadosas y lugares de esparcimiento. El conjunto acostumbraba encerrarse dentro de un recinto conocido con el nombre de períbolo, al que se ingresaba por unos propileos o puerta monumental, pero no tenía urbanización preestablecida, ni su distribución se había planeado de antemano. En Delfos, por ejemplo, la Vía Sacra subía describiendo un ángulo en medio de la multitud de altares, columnas votivas y estatuas de todo género, dedicados por príncipes o ciudades, y sobre todo por entre los pequeños edificios en forma de templos in antis, llamados tesoros, que eran unas capillas propias de cada ciudad, destinadas para almacén de exvotos o para reunir a los conciudadanos peregrinos en las grandes fiestas y solemnidades, que se celebraban cada cuatro años.
Los tesoros en Delfos estaban dispuestos sin orden determinado, aprovechando sencillamente los rellanos del terreno, porque todo el recinto sagrado se halla en la vertiente rocosa del Parnaso. Los más antiguos de estos tesoros parecen ser los de Corinto y Sicione, que ya datan de principios del siglo VI; después de las guerras médicas, un sentimiento de notable emulación obligó también a Atenas, Tebas, Cnido, Sifno y Cirene a construirse en Delfos sus tesoros o capillas municipales. En las excavaciones aparecieron estos edificios muy destruidos, pero se pudieron reconstruir algunos de ellos: el de Atenas, por ejemplo, que es bellísimo y de orden dórico; y los de las ciudades jónicas de Asia Sifno y Cnido, que se han restaurado parcialmente en el museo.
Es interesante observar como, en algunos tesoros de las ciudades jónicas, el arquitrabe está sostenido por dos figuras de muchacha, como las kórai, de largas trenzas y ancho manto plegado, las cuales se levantan coquetamente la túnica con la mano. Estas figuras de muchacha que sirven de columna son las antecesoras de las famosas cariátides del Erecteo de Atenas.
La Vía Sacra en Delfos discurría en medio de pequeños edículos y gran número de exvotos, testimonio de la piedad de los griegos. Eran recuerdos de su historia; recuerdos también de todos los momentos o épocas de la historia del arte griego; en realidad constituyen un material inapreciable de estudio, y a menudo tendremos que citar en estos capítulos los exvotos de los grandes santuarios, sobre todo los de Delfos. En esta ciudad habían existido cultos prehelénicos, pero de las obras anteriores no se conservaba más que un fuerte muro pelásgico de labra poligonal, que terraplenaba una parte de la montaña al objeto de constituir una grandiosa terraza. Allí se construyó el templo de Apolo. Era hexástilo y períptero o con columnas alrededor; la celia tenía detrás una pequeña cámara, que era el lugar del oráculo. El templo es la parte más destruida del santuario de Delfos, puesto que las excavaciones tan sólo permitieron descubrir poquísimos restos de su decoración escultórica. En el frontón principal debía de haberse representado un combate entre dioses y gigantes.
En lo alto del recinto, la roca invitaba a tallar las graderías de un teatro, con la escena dando frente a la garganta del valle, y aún más arriba, ya fuera de las murallas, se levantaba el estadio donde se celebraban las carreras y los juegos atléticos. Los estadios griegos tenían forma alargada con graderías a cada lado; por un extremo acababan en semicírculo a fin de que los carros y los caballos pudieran girar más fácilmente; del otro extremo eran cerrados por la fachada recta del ingreso, con sus cinco puertas monumentales. En el centro había una espina o muro bajo, con estatuas, para dividir la pista, que en el estadio de Delfos ha desaparecido completamente.
El santuario de Olimpia tenía los mismos elementos esenciales que el de Delfos. Su emplazamiento resultó más fácil, porque el lugar sagrado era allí un llano frondoso que riega el Altis. La tradición suponía que sobre el propio emplazamiento del santuario había existido el palacio del rey Enomao, quien, vencido en la carrera de carros por Pélops, cedió a éste su hija Hipodamia. Enomao sería el antiguo señor de pura cepa prehelénica, Pélops ya un aqueo, Hipodamia otra Ariadna. Las excavaciones practicadas en Olimpia han descubierto efectivamente restos situados bajo la capa de los santuarios clásicos: las tumbas prehelénicas circulares con cúpula, que son características de la Grecia prehelénica.

Friso norte del Tesoro, en Delfos

Friso norte del Tesoro, en Delfos. En esta otra imagen, el león de Cibeles muerde el costado del enemigo, mientras Apolo y Artemisa ponen en fuga al gigante Kantaros. El contraste entre los dioses, que luchan a cuerpo limpio, y los gigantes, pesadamente armados con cascos terroríficos y redondos escudos, sirve de contrapunto -no solo gráfico, sino ético- para realzar el dramatismo y la grandiosidad de la contienda, obra de un artista fogoso y temperamental.

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