La formación del Imperio Hitita

Los orígenes del pueblo hitita, también conocido como los hatti, se remontan al III milenio a.C. El núcleo principal de la cultura hitita y su cuna histórica se halla en la gran meseta central de Anatolia. La zona en la que posteriormente se asentaría el Imperio hitita estuvo poblada ya en el Neolítico, como demuestran abundantes hallazgos arqueológicos entre los que se cuentan estatuillas votivas, relieves de terracota y pinturas murales, así como la importante cerámica ciliciense y las muestras halladas en las cuevas de Karain, Beldibi y Belbasi. Posteriormente, y ya en plena Edad del Bronce, destacan las civilizaciones protohititas de las regiones de Cilicia, Islahiye y el Hatay.
En tiempos de Sargón I de Akkad se sucedieron en Asia Menor, y particularmente en la Anatolia Central, una serie de invasiones de pueblos indoeuropeos que, no siempre de forma pacífica, ocuparon el territorio, fusionándose con los indígenas. A una primera invasión de los luvitas siguieron oleadas de otros pueblos arios que, al instalarse en el denominado país de Hatti, tomaron el nombre de hititas.
Los invasores fundaron ciudades-estado, siendo Kusar (o Kussara) y Kanesh las primeras en conseguir cierta supremacía sobre las demás. La ciudad de Kanesh recibió posteriormente el nombre de Nesa, y sus habitantes, nesitas, nombre con el que también se llegó a designar a los hititas.
El primer rey hitita fue Pithana, que se hacía llamar «Gran Príncipe de Kusar». Su hijo Anitta, conocido como «el aliado de la Tempestad del Cielo», conquistó la ciudad de Nesa. Además de un gran guerrero, Anitta fue un eficaz gobernante que supo ampliar los territorios hititas mediante audaces campañas militares y mantener unidos a los pueblos conquistados. Anitta fue sucedido por su hijo, Peruva. Al parecer, ni Peruva ni sus sucesores continuaron la política expansionista iniciada por sus padre.
La continuidad de los sucesores de los primeros reyes se ve oscurecida por la ausencia de datos históricos. Al parecer, hubo un cambio de dinastía, y con posterioridad aparece Tudhaliya I (1740-1710 a.C.) como uno de los forjadores del poder hitita. Le sucedió su hijo Pusarruna (1710-1680 a.C), cuyo hijo, Labarna I, está considerado como el verdadero fundador del Imperio hitita.
El rey Labarna I (1680-1650 a.C.) llevó a cabo numerosas campañas victoriosas con las que engrandeció notablemente su reino. Convirtió la ciudad de Hattusa, situada estratégicamente, en capital y centro neurálgico del Imperio, y agrupó todas las ciudades-estado en una federación. Labarna I estableció en el Imperio una estructura de carácter feudal, con un Consejo de nobles, nombró virreyes de las ciudades conquistadas a sus numerosos hijos, y legisló la continuidad dinástica por sucesión. Dejó escritas dos obras de interesante valor histórico: una Autobriografía y su Testamento político.
Labarna I fue sucedido por su hijo adoptivo Hattusil I, quien amplió aún más los territorios del Imperio y estableció relaciones comerciales con todos los países del Próximo Oriente. Su hijo Mursil I restableció el orden tras una época de caos y sublevaciones. Mursil I fue asesinado, y a partir de entonces el parricidio y el fratricidio se convirtieron en una práctica habitual para la ocupación del trono.
La debilitación causada por las luchas intestinas, junto con la presión de nuevos invasores, entre ellos gaseas y hurritas, llevaron a eclipsar el Imperio bajo el reinado de Telepinu, hacia el año 1650 a.C.

Vasija trípode

Vasija trípode (Museo del Petit Palais, París). Pieza de cerámica hitita procedente de Kültepe, datada hacia el siglo XVIII a.C.