Berruguete y el "caso Urbino"

 

Pedro Berruguete, el pintor más famoso de Castilla del siglo XV, no obstante los vínculos del arte castellano con los Países Bajos, marchó a Italia hacia 1473. Aquí conoció las obras de Piero della Francesca, Melozzo da Forli y Antonello de Messina. Éste, que era el más "flamenco" de los italianos fue quien ejerció mayor influencia en Berruguete, cuya producción italiana, salvo las pinturas del palacio ducal de Urbino y una que se halla en el museo de Brera de Milán, se ha perdido.
Unos tres años después de su llegada a Italia, a donde fue probablemente a instancias de un tío fraile de igual nombre, Pedro Berruguete pintó para Federico Montefeltro, duque de Urbino. Durante mucho tiempo los historiadores de arte atribuyeron no sin reparos la autoría de los cuadros del palacio ducal de Urbino al artista flamenco Jóos van Wassehove, más conocido como Justo de Gante.
A mediados del siglo XX, varios estudiosos, entre ellos Juan Allende Salazar, Roberto Longhi y Cario Gamba, hallaron indicios suficientes como para considerar que Pedro Berruguete era el autor de varias pinturas, en particular la Comunión de los apóstoles y los veintiocho retratos de hombres ilustres.
Aparte del personal estilo de Berruguete, Cario Gamba encontró en un elogio escrito en 1822 a Giovanni Santi, "padre e poeta, padre del gran Raffaelo di Urbino", el testimonio de la presencia de un "Pietro Spagnolo pittore" en Urbino hacia 1477.
En 1991, el "caso Urbino" pareció quedar resuelto cuando Nicole Reynaud y Claudie Réssort, tras rigurosos análisis de los retratos, informaron en la Revue du Louvre de que los mismos habían sido realizados en dos fases, la primera por Justo de Gante y la segunda por Pedro Berruguete.


El duque de Montefeltro y su hijo
El duque de Montefeltro y su hijo de Pedro Berruguete (Museo del Prado, Madrid). En esta obra de 1480, pintada después de la serie de retratos de hombres ¡lustres, Berruguete retrata al señor de Urbino de perfil, al parecer para evitar la desagradable impresión que podía producir la cuenca vacía del ojo que había perdido en una batalla. El pintor pone de manifiesto este carácter de gran guerrero presentándolo con la armadura y el casco en primer plano, pero también su afición por la cultura y el arte. La presencia del niño con el cetro en la mano es un indicativo de la continuidad del poder.