Francisco de Goya: pintor de la corona

La carrera del artista ya no se detiene a partir de ese momento, basándose en el doble impulso de cargos y nuevos contratos personales. En 1785 es nombrado teniente de pintura de la Academia de San Fernando y conoce a los duques de Medinaceli y de Osuna, que serían buenos clientes suyos. El Duque de Osuna y la Duquesa de Osuna fueron pintados por Goya ese mismo año; el de la dama es uno de los grandes lienzos de la espléndida galería de retratos femeninos debidos al pintor.
Ya indicamos que en 1786 Goya fue nombrado pintor del rey Intensificó su producción de retratos y cartones para tapices, mostrando en éstos una maestría y soltura muy superiores a los de la década anterior, en los que no es difícil observar que el artista decide contener sus posibilidades. Destacan, en este apartado, Las floreras y La vendimia (1786), que son, posiblemente, el mejor exponente del arte del siglo XVIII en su culminación, con ese interés por lo popular propio de las postrimerías del estilo rococó en España.
En 1787, Goya pintó una serie de paramentos decorativos para "La Alameda" de los duques de Osuna, con temas anecdóticos y costumbristas. En 1788 realizó bocetos para algunos de los cartones de tapices que gozan de mayor fama mundial, como La pradera de San Isidro y La gallina ciega. Llegados a este momento, el artista ha trascendido el tema y ofrece una visión profunda de su tiempo a través de unas imágenes que parecen carecer de importancia.
Pero en este mismo período Goya vuelve a tratar el tema religioso con fuerza renovada. De 1787 son las tres soberbias pinturas para Santa Ana de Valladolid y de 1788 los dos grandes lienzos de la catedral de Valencia dedicados a san Francisco de Borja, de los que se conservan dibujos y bocetos preparatorios -que Goya siempre ejecutaba con profesional dedicación antes de las pinturas definitivas- y en los que se ve la transformación técnica que sigue el maestro. En cuanto al tema, en San Francisco de Borja asistiendo a un moribundo se ven por vez primera los rostros demoníacos y bestiales que el artista reiterará en sus grabados, dibujos y pinturas de años más tarde. Fuera influencia de los grabados de magia, del arte popular o expresión directa de su trasfondo anímico, no hay duda que la plasmación de esos tipos, que son la personificación de los terribles instintos, atrajo de modo creciente e imparable al artista. Obvio es recordar en este momento que la belleza pictórica es la belleza del cómo y no del qué, la de la pintura en sí y no la del asunto tratado. Y este apunte cobra su máximo grado de verdad con la obra del genial pintor aragonés. Don máximo de un artista es transfigurar lo horrible por la magia de sus pinceles y este don, si alguien lo poseyó por entero, fue Goya sin duda alguna.
En 1789 falleció Carlos III, el rey progresista que tanto hiciera por su país, sucediéndole Carlos IV, monarca blando en cuyo reinado habrían de tener lugar hechos lamentables y funestos para la historia de España. Goya fue nombrado pintor de cámara, lo que significaba un ascenso respecto al cargo que había estado ocupando con el soberano anterior. Se aplicó concienzudamente a retratar a los nuevos monarcas: Carlos y María Luisa de Parma, pero la abundancia de efigies producida y ciertas desigualdades indican que algunas son, sin lugar a dudas, obras de taller.

 

La vendimia de Goya

La vendimia de Goya (Museo del Prado, Madrid). Óleo sobre lienzo para un cartón de tapiz, de 1786, en el que el autor hace una alegoría del otoño, tal como lo hiciera con las demás estaciones. La pareja central, sentada en un cercado, celebra el momento de la recolección de la vid: él le ofrece un racimo a ella en presencia de una vendimiadora con un cesto en la cabeza rebosante de uvas. El esquema de la composición es piramidal, característico del estilo neoclásico.

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