La austeridad cisterciense


En las Constituciones de la Orden del Cister, redactadas definitivamente en 1119, en una asamblea que tomó el nombre de Capítulo general y de la que fueron ponentes el propio San Bernardo y otros diez abades de la Orden, se concreta puntualmente que la iglesia ha de ser construida con gran simplicidad, sin esculturas ni pinturas de ningún tipo, con ventanas de vidrios transparentes y sin torres ni campanarios de altura inmoderada. Las iglesias de los monasterios cistercienses debían dedicarse a la Madre de Dios, para evitar el peligro de los cultos extravagantes, como el de las supuestas reliquias de la Magdalena, en Vézelay; y para impedir la acumulación de bienes conventuales, se estatuía que los rebaños propiedad de la abadía no podían estar más lejos de una jornada de camino de las granjas, y que no debía consentirse que entre dos monasterios cistercienses mediasen menos de dos leguas borgoñas.
Desnudos de esculturas, sin policromías ni ajuar litúrgico que los enriqueciera, los edificios del Cister serían artísticamente poco interesantes si no fuera por sus grandes bóvedas, que vienen a ser como un anticipo de los atrevimientos constructivos que poco después llevará a cabo el período gótico.
En los monasterios cistercienses, las bóvedas son el elemento más importante del conjunto, puesto que por sus dimensiones exigen un cálculo y una técnica comparables, para su época, con los esfuerzos realizados en la técnica constructiva moderna.
Las iglesias de los cistercienses son, por su planta, de dos tipos, ambos derivados de las plantas de las iglesias de la Orden de Cluny. El primer tipo de las iglesias cistercienses es el de ábside circular, con giróla y capillas; así eran las iglesias de Poblet y Veruela, en España, y la iglesia del monasterio de San Bernardo, en Claraval. Una simple comparación de la planta de Cluny con las de Veruela y de Poblet bastará para evidenciar cómo en el fondo tienen la misma disposición; sólo que los cistercienses redujeron y simplificaron el gran conjunto monumental de la iglesia de Gauzon, en Cluny, dejándola de tres naves y un solo transepto.
El otro tipo de iglesias cistercienses es de ábside rectangular, como la propia del Cister y la de Fonte-nay, en Borgoña, el monasterio de Santes Creus, en España, y las iglesias de casi todos los monasterios de Italia, con Fossanova, Casamari y San Galgano. Este segundo tipo tiene también sus antecedentes en algunos monasterios de Cluny Todo indica, pues, que las dos reformas se sucedieron tanto en arte como en influencia social y política, aprovechándose el Cister de los procedimientos constructivos de Cluny sin caer en sus excesos decorativos.
Las naves de la iglesia estaban ya, desde la planta, dispuestas para ser cubiertas con bóvedas por arista, al menos en las naves laterales, como se puede ver en Poblet, que tiene aún la nave central de cañón seguido. En Veruela, la nave central está ya cubierta con bóvedas por arista, lo mismo que las naves centrales de las iglesias cistercienses de Fos-sanova, Casamari y San Galgano. En las iglesias de planta con ábside circular, los pequeños elementos trapezoidales de la girola delante de las capillas están cubiertos también con bóveda por arista, de modo que el conjunto de una iglesia cisterciense como la de Veruela queda ya subdividido en tramos cruzados por nervios o aristones diagonales, lo mismo que se verá más tarde en las catedrales góticas.
¿Qué distingue, pues, una construcción cisterciense de otra de puro estilo gótico, tan parecidas ambas en su estructura interior? Técnicamente, sólo faltan los contrafuertes para contrarrestar los empujes de las bóvedas. En una construcción gótica, todo el peso de las bóvedas se concentra en algunos puntos singulares de los muros, donde, por medio de arcos exteriores que determinan un esfuerzo contrario, resulta contrarrestada la presión de los arcos del interior. Ello permite elevar bóvedas de piedra de una altura y de una amplitud antes desconocidas, y -al mismo tiempo- abrir en los muros grandes ventanales. En los edificios cistercienses apenas hay contrafuertes, que faltan en absoluto en Poblet o se reducen a pilastras en Veruela.
Se analizará ahora la fuerza difusiva del estilo y la propagación de los monasterios cistercienses en Europa, siguiendo las huellas de sus precursores de Cluny. El primer convento de la Orden del Cister en la Italia Central fue el de Fossanova, construido desde 1179 a 1208 cerca de Terracina. Fundado por los cistercienses franceses de Haute-Combe, en la vía de Roma a Nápoles, es conocido por la circunstancia de que en él murió Santo Tomás de Aquino yendo de camino para asistir al concilio de Lyon.
De Fossanova dependía Casamari, otro cenobio cisterciense aún mayor, y de Casamari pasó a ser sufragánea la abadía de San Galgano, en Toscana, cerca de Siena, fundada por los franceses de Claraval. San Galgano fue el centro de expansión en Italia de los procedimientos franceses de bóvedas borgoñonas con aristones. Su iglesia, hoy una ruina impresionante, fue iniciada en 1218.

Monjes cistercienses cortando leña
Monjes cistercienses cortando leña (Biblioteca Municipal, Dijon). Toda la obra doctrinal de San Gregorio está condensada en 14 cartas y homilías manuscritas, los Diálogos, donde compendia algunas leyendas sobre otros santos, el manual Liber pastoralis curae sobre la práctica de la meditación, y el Moralia, que reúne varios comentarios sobre Job y que ofrece consejos espirituales a los cristianos del monasterio de Citeaux, de donde procede esta miniatura.

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