Héctor Horeau (1801-1872), que en su tiempo era considerado como «el Victor Hugo de la arquitectura», se ha convertido en un arquitecto doblemente maldito, puesto que todas sus obras quedaron reducidas a proyectos y su nombre no aparece en la mayoría de «historias de la arquitectura». Y sin embargo, Horeau fue el hombre de una idea: construir con hierro amplios espacios transparentes, a modo de inmensos invernáculos para contener grandiosas exposiciones artísticas e industriales.
Y ello, muy anticipadamente a la primera Exposición Universal. En 1835, Horeau presenta su primer proyecto de arquitectura metálica, cubriendo un amplio espacio, a modo de «paraguas» para los más diversos usos. Cuando se abrió el concurso del Crystal Palace, en 1850, Horeau reemprendió entusiasmado su proyecto y diseñó una gigantesca plaza cubierta que mereció por unanimidad el primer premio.
Pero sería Paxton quien realizara el Crystal Palace, como ya es sabido, adoptando sólo una parte de los planos de Horeau. Idéntica aventura siguieron Les Halles de París, en las que Horeau fue deliberadamente plagiado por Baltard, con la complicidad de Haussmann. Hitthorf, en su Estación del Norte (Gare du Nord), de París, también se inspiró, según parece, en este arquitecto desafortunado que, en un folleto sorprendente, publicado en 1868, ya prevé prácticamente todo cuanto descubrirá la vanguardia arquitectónica en el siglo XX.
Singular destino también el de Viollet-le-Duc, considerado hoy como arquitecto del pasado, por su apego al gótico, y al que sólo se le conoce por sus trabajos de restauración de obras medievales, mientras que en el siglo XIX fue considerado como el gran teorizador del modernismo por su tesis sobre el funcionalismo. Fue objeto de un auténtico culto por todos los pioneros de la arquitectura moderna: E L. Wright, Berlage, Perret, Behrens, Otto Wagner.
Viollet-le-Duc (1814-1879), en su Dictionnaire raisonném l’architecture française du Xlé au XVIé siecle, se esforzaba en descubrir las leyes de la arquitectura del futuro, a través de su estudio de la arquitectura del pasado. La teoría funcionalista, erigida en credo en el siglo XX, proviene, de hecho, de dos corrientes: la del estructuralismo gótico (Pugin, Ruskin, William Monis, Viollet-le-Duc), y la que se enraíza en un pensamiento racionalista surgido del «Siglo de las Luces», con los arquitectos visionarios Ledoux y Boullée. J.-N.-L. Durand (1760-1834), alumno de Boullée, más tarde profesor de arquitectura de la Escuela Politécnica de París, fue el primer teórico del racionalismo en Francia.
Los estructuralistas góticos llegarán a las conclusiones funcionalistas por una intuición artística. Por el contrario, los racionalistas desembocarán en ellas por deducción científica. Para Durand, las formas deben ser consecuencia de una lógica de la construcción y no de la búsqueda de la belleza en sí. Un monumento debe estar adaptado a su función.
Todas estas ideas quedarán desarrolladas con motivo de la primera Exposición Universal de Londres en 1851. Henri Colé, organizador de esta primera gran fiesta del mundo industrial, v el conde de Laborde, representante de la sección francesa, hablan de asociar las artes, las ciencias y la industria. Más tarde, Paul Souriau (1852-1926), al publicar en 1904 La beauté rationelle, cataliza la idea de que la máquina se ha convertido con su perfección en la fuente de una belleza nueva.
