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Historia del Arte

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Amedeo Modigliani: biografía (II)

A su llegada a la capital francesa a principios de 1906, Amedeo se concede unos días en un hotel de buena categoría en la Place de la Madeleine, como ya había hecho en Venecia. El hotel estaba a dos pasos del nuevo centro artístico desarrollado en torno a la Rué Laffite. Desde comienzos de los años noventa, en aquella zona se había abierto una docena de nuevas galerías de arte. En el 1 de la Rué Laffite estaba la sede de la Kevue Blanche, la revista de arte más vanguardista del momento; en el 6 tenía su galería Ambroise Vollard, el marchante de Cézanne, donde se exponían las obras de Van Gogh, Gauguin y los Nabis; en el 16 estaba Durand-Ruel, promotor de los impresionistas en todo el mundo, y junto a él Clovis Sagot, uno de los primeros que se arriesgaron a vender las obras de Picasso, que había llegado a París desde Barcelona sólo dos años antes que Modigliani.

Ortis de Zarate, su amigo de los tiempos de Florencia, le había dado una carta de presentación para Granowski, un pintor y escultor al cual Modigliani, recién llegado a París, había expresado su intención de dedicarse a la escultura.

Poco después, Amedeo se va de Montmartre. El barrio se había hecho célebre por ser el refugio de todos los artistas jóvenes que acudían a la ciudad atraídos por la fama de los impresionistas. Allí los estudios costaban poco. El que alquiló Modigliani en la Rué Caulaincourt estaba justo al lado de unos edificios en construcción donde había piedra en abundancia, de modo que podía encontrarse la materia prima con gran facilidad y economía. En la misma calle también había tenido su estudio Toulouse-Lautrec, muerto en 1901.

Modigliani se matricula en la Academia Colarossi, en la Rué de la Grande Chaumiére, para seguir aprendiendo y practicar. Con su amplia chaqueta de terciopelo, un pañuelo rojo al cuello y un sombrero de ala ancha, se introduce prontamente en la vida de Montmartre y de la Butte, la parte más alta del barrio, donde, alrededor de la Place du Tertre y del Sacre Coeur, que se estaba terminando, había terrenos en construcción cercados por empalizadas, huertos y casuchas donde vivían los desgraciados de la ciudad y donde los jóvenes artistas podían encontrar por pocas monedas un sitio donde habitar.

En la Butte estaba también el Lapin Agile, una taberna que entre 1905 y 1910 se convirtió en un auténtico polo de atracción para artistas, poetas, escritores y periodistas que, al vivir en la Butte, para no tener que afrontar penosas subidas por callejuelas mal empedradas viniendo de Pigalle o del Boulevard de Clichy preferían quedarse en la zona y pasar la velada en la tasca del Pére Frédé.

En París, la verdadera academia eran los cafés, los bistrots, los cabarets y las tabernas, donde se desarrollaban las más acaloradas discusiones sobre arte, poesía y música y se reunían los nuevos espíritus del siglo XX: «Dime dónde comes y te diré cómo pintas», se decía entonces. En poco tiempo, Modigliani conoce a Pablo Picasso, André Derain, Guillaume Apollinaire, Diego Rivera, Max Jacob y Jacques Lipchitz, artistas y poetas procedentes de toda Europa y todavía en busca de su propio camino en el arte.

Ultimadas las nuevas construcciones, Modigliani se ve obligado a abandonar el estudio de la Rué Caulaincourt y, después de errar del Hotel du Poirier al de la Place du Tertre, reside un tiempo en el Batean Lavoir} hasta que consigue alquilar el taller de un carpintero, una construcción ligera de tejas y madera, en el 7 de la Place Clément. El Bateau Lavoir era un edificio largo y bajo encaramado a la cima de la colina de Montmartre; era un antiguo taller de pianos y había sido rudimentariamente subdividido, antes de acabar el siglo XIX, en una decena de pequeños estudios.

Aparecía como un laberinto de galerías y escaleras a las que daban patios y habitaciones. Se hizo famoso cuando Picasso pintó allí las últimas obras de su Época Azul, las de la Época Rosa y Las señoritas de Aviñón. Cuando lo frecuentaba Modigliani estaba habitado por muchos jóvenes artistas emergentes, entre ellos Van Dongen, Juan Gris y Picasso, que vivía allí con su compañera Fernande Olivier. Según parece, el nombre de Batean Lavoir, barco lavadero, fue elegido por el poeta Max Jacob, al cual se le había ocurrido un día al ver la colada tendida en las ventanas.

Aunque Modigliani no había llegado a París del todo desprovisto de un bagaje cultural -el ambiente artístico veneciano le había proporcionado un buen conocimiento del simbolismo y del Art Nouveau- no estaba desde luego preparado para las brillantes novedades de los Fauves –Matisse, Derain y Vlaminck-, que habían expuesto sus obras en el Salón de los Independientes y en el Salón de Otoño, o a las que conducirían a la elaboración del cubismo y del expresionismo.

Modigliani, en aquellos años, seguía buscando tercamente su propio camino. Louis Latourette, que como amante del arte se movía por Montmartre por aquellos años, cuenta que en 1907 el estudio de Amedeo contenía una cama, dos sillas, una mesa y un baúl, que sus carpetas estaban llenas de dibujos y las paredes totalmente cubiertas de lienzos, pero que Modigliani se lamentaba diciendo: «Son mis ojos de italiano los que no pueden habituarse a la luz de París… Una luz tan envolvente… he imaginado nuevos temas en violeta, anaranjado, ocre… No hay modo de hacerlos cantar por ahora». Y prosigue: «No, no los hay. Todavía es Picasso, pero mal hecho, Picasso le daría un puntapié a este monstruo», refiriéndose al busto para el cual había posado una joven actriz a la que había conocido en el Lapin Agüe. Destruía sus obras y decía a Latourette que quería dedicarse sólo a la escultura.

Pero algo empezaba a moverse. El pintor toscano Anselmo Bucci afirma que al pasar, una tarde de invierno de 1906, por delante de la Art Gallery, la tiendecita de la poeta inglesa Laure Wylda, casi en la esquina de la Rué des Saints-Péres con el Boulevard Saint-Germain, vio expuestos en el escaparate «tres rostros de mujer exangües y alucinados, casi monocromos, pintados con tierra verde de color magro en pequeños lienzos». Al parecer es la primera vez que se exponían en París obras de Modigliani. Bucci y Modigliani se habían hecho amigos tras un violento litigio que había tenido lugar en las mesas de Bouscarat, el propietario del hotel de la Place du Tertre.

En su transcurso, el pintor livornés había declarado cuáles eran a su juicio los genios del momento, afirmando que en Italia sólo se salvaba Osear Ghiglia y en Francia Matisse y Picasso. Empezaron a verse a menudo, sobre todo en el café Vachette, donde fumaban hachís y bebían absenta. En una de estas reuniones, Modigliani regaló a Anselmo Bussi el retrato de Mario Buggelli, otro de los italianos que vivían en París aquellos años. Era «un sencillo dibujo improvisado, firmado y dedicado… sin cuello largo, sin bofetones en las mejillas», similar a los de Toulouse-Lautrec.

Era el año 1907. Cézanne había muerto el año anterior y París decidió por fin rendir homenaje al artista con dos retrospectivas que determinaría un cambio radical general en la trayectoria de los jóvenes artistas que vivían por aquel entonces en Montmartre.

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