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Historia del Arte

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Amedeo Modigliani: biografía (III)

Después de la Época Azul y de la Rosa, Picasso se hallaba próximo a su giro hacia el cubismo y estaba terminando Las señoritas de Aviñón. Aunque todavía no era famoso, era ya reconocido por la comunidad intelectual y artística parisiense como un genio y, como tal, cada uno de sus nuevos descubrimientos tenía eco entre los jóvenes. La fortuna del español se iniciaría merced a dos mecenas, los hermanos Stein, y a un marchante, Kahnweiler, al igual que para Modigliani el giro se produciría tras conocer a Paul y Jean Alexandre.

En 1907, Paul, que llegará a ser un célebre cirujano, era aún internista en el hospital Lariboisiére, y su hermano Jean estaba terminando los estudios de Farmacia. A pesar de no proceder de una familia especialmente acomodada, a iniciativa de Paul los dos jóvenes, apasionados por el arte, alquilaron una deteriorada casa en el 7 de la Rué du Delta para ofrecer a los artistas un lugar económico y en ocasiones gratuito donde vivir y trabajar.

Dos artistas más expertos, el escultor Drouard y el pintor Doucet, asumieron la tarea de cribar quiénes podían acceder a este espacio y fueron ellos quienes organizaron el primer encuentro de Amedeo Modigliani y Paul Alexandre. Pronto éste le propuso trasladarse a la Rué du Delta. Modigliani no cambió de residencia, pero llevó allí sus libros y sus cuadros y en aquella ocasión vendió a aquél su cuadro titulado La hebrea por algunos centenares de francos.

Paul Alexandre aún no obtenía ingresos de su profesión, pero trataba de comprar regularmente cuadros de Modigliani para que pudiera sobrevivir, pagándole cada vez en función de su disponibilidad, entre veinte céntimos y veinte francos, hasta la cifra excepcional abonada por La hebrea. De esta manera, con el paso de los años el joven médico llegó reunir unos veinticinco cuadros y numerosos dibujos de Modigliani, una colección en la cual era posible ver el papel que tuvieron en su formación Toulouse-Lautrec, Gauguin y Cézanne.

Al parecer, Alexandre estaba fascinado con el livornés, con el cual mantenía acaloradas discusiones sobre Toulouse-Lautrec, Boldini y las exposiciones de Cézanne y Matisse que habían visitado juntos. Fue Paul Alexandre quien introdujo a Modigliani en las artes primitivas africanas, americanas, de Mesopotamia y de Oceanía, representadas en los museos Guimet, Louvre y Trocadero, que le permitirán nuevos planteamientos artísticos. Consciente de la importancia del papel de las instituciones oficiales para dar a conocer a un artista entre el público, los marchantes y los coleccionistas, a finales de 1907 el médico convenció a su amigo pintor de que se inscribiera en el Salón de los Independientes.

La exposición se celebró en marzo de 1908 y Modigliani presentó cinco obras: La hebrea, dos desnudos, un estudio, El ídolo, y un dibujo. Lo había logrado a pesar de que en los últimos tiempos había llevado una vida de auténtico bohemio, después de que en noviembre o diciembre de 1907 lo echaran del estudio de la Place Clément sin un céntimo.

De hecho, la última época en la Place Clément la había pasado sometido al barón Pigeard, que, como a otros artistas y poetas, le proporcionaba hachís y cocaína, y perdido en la vida nocturna de Montmartre en compañía de André Utter, Maurice Utrillo y los demás. Pigeard, en realidad, no tenía mucho de aristócrata; pasaba el tiempo en un estudio en los márgenes de la Butte, donde construía embarcaciones de carreras con las que en primavera participaba en las competiciones en el Marne.

Enamorado del mar, había fundado una insólita «Unión marina de la Butte de Montmartre», de la cual formaba parte también Modigliani, con sede en casa de Bouscarat, en la Place du Tertre. Pero Pigeard era conocido en la Butte sobre todo por las veladas que organizaba con opio o hachís. Parece ser que sus invitados tomaban té con limón, charlando en la penumbra de su casa mientras calentaban las bolitas pinchadas en una larga aguja a la llama de la lámpara de opio. Entre 1906 y 1909, fumar opio se consideraba una cosa enormemente refinada y exclusiva, lejos del alboroto de los cabarets y las tabernas de baja categoría, una tradición tomada de las colonias francesas en Indochina. Pero Pigeard no era el único proveedor de Modigliani. Según parece, Amedeo prefería al opio el hachís que se procuraba en los locales de la Place de Clichy y de Pigalle y el vino.

En efecto, a Modí le gustaba también beber, especialmente en compañía de Maurice Utrillo, apodado «Litrillo». De él decía Picasso que bastaba rozarlo para emborracharse. Maurice era hijo de la modelo de los impresionistas Suzanne Valadon, que se convirtió a su vez en pintora y mujer liberada y emancipada que reinaba sobre el Montmartre de su tiempo. Suzanne tenía unos cuarenta años y se había enamorado de André Utter, un amigo de su hijo. Valadon, Utter y Utrillo vivían juntos, pintando. Los apodaron «la maldita Trinidad» porque entre ellos había furibundas y violentas peleas. Modigliani tenía una estrecha relación con Utrillo y quienes los conocían en la época contaban que los echaban de los bares borrachos como cubas, mientras Amedeo declamaba a Dante y Utrillo iba perdiendo la ropa por la calle, en la que pasaban luego la noche.

En un determinado momento, Amedeo tuvo necesidad de recuperar fuerzas y volvió a Livorno, pero la supuesta disolución y el desorden de su vida no le impidieron nunca proseguir su investigación artística. Las decenas de dibujos que hacía mostraban meditados estudios o rápidos bocetos de amigos, trazados durante las discusiones en los cafés y las tabernas, como la de Rosalia Tobia, que había posado para Odilon Redon y Bouguereau. Rosalia ofrecía por poco dinero una comida, un vaso de vino blanco y un cigarrillo en una pequeña habitación equipada con cuatro mesitas de mármol y sillas de paja, que podía acoger como mucho a veinte personas, en la antigua lechería del 3 de la Rué Campagne-Premiére, comprada en 1906, cuando la edad y las formas ya no le permitían posar. Modigliani dibujaba retratos, desnudos, bailarinas y acróbatas, inspirándose en los que veía en el circo Medrano, donde iban a menudo con Picasso, Juan Gris, André Derain y Suzanne Valadon.

La progresiva depuración de las formas a la que se encaminaba utilizando un trazo único, fino y continuo aspiraba a representar la esencia de unas volumetrías, movimientos y expresiones que se sentía apremiado a conseguir, también a través de la escultura, a la cual nunca había renunciado; cuenta el pintor Doucet que, cuando vivía en la Place Clément, para evitar el polvo y la fatiga de trabajar la piedra, decidió pasarse a la madera. Pidió ayuda a Doucet para hacerse con el material y éste se vio teniendo que saltar la valla de la estación de metro de Barbés-Rochechouart, aún en construcción, para robar traviesas de vía, de las cuales salieron esculturas nunca encontradas. El arte primitivo, que había conocido a través de Paul Alexandre, le había abierto un mundo.

En París, este arte empezó a suscitar el entusiasmo y las primeras reflexiones del ambiente artístico entre 1905 y 1906. Por supuesto, era conocido desde finales del siglo XIX, pero no es hasta estos años cuando los jóvenes artistas maduran la exigencia de relacionarse directamente con él, sin entenderlo ya como una mera curiosidad etnográfica.

En realidad, en aquella época se incluían dentro del ámbito del arte primitivo cosas muy distintas de las que se pueden asociar efectivamente a él; en la práctica, todo lo anterior a la civilización griega entraba en la idea de primitivismo, lo mismo el arte del antiguo Egipto que el africano, que tuvieron un papel esencial en la maduración de la trayectoria de Modigliani.

Para él, en esos años, dibujo y pintura eran soluciones subordinadas a un único problema que se puede resolver sólo con la escultura. Sin embargo, seguía siendo cierto que el coste del material, las dificultades objetivas de la técnica, que comportaba fatiga física y exigía lugares adecuados, la salud deficiente y las presiones de marchantes y mecenas dispuestos a comprar cuadros y dibujos más que esculturas, reducían el ritmo del trabajo, muchas veces preparado por decenas y decenas de dibujos. A pesar de ello, en momentos y lugares distintos se lanzará desde 1915 a la ejecución de obras esculpidas. Por otra parte, el doctor Alexandre afirmará, muchos años después de la muerte de su amigo, que Modigliani se sentía «más escultor y dibujante que pintor y pensaba que la escultura debía ser única, exclusiva y directamente esculpida sólo en piedra».

Gustav Klimt

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