El artista vuelve a inspirase en la mitología griega, su fuente preferida en los primeros años de la Secesión, pero con un resultado muy distinto, alejado del carácter imperioso de las representaciones de diez años antes.
El mito de la muchacha poseída por Júpiter transmutado en lluvia de oro se presta bien a ilustrar algunos de los temas más tratados por Klimt, como el erotismo y la fertilidad.
El pintor aborda el tema de manera refinada y alusiva, haciendo del encuentro nocturno entre el dios y la hija del rey de Argos un episodio soñado.
Danae, espiada en la intimidad del sueño, está acurrucada en un espacio estrecho y una vez más casi sofocado por los detalles.
En el rostro inclinado y en la boca entreabierta Klimt capta el abandono total de la mujer, en el reposo como en el éxtasis amoroso, apenas evidenciada por la ligera contracción de la mano.
El aspecto narrativo, pues, se encomienda únicamente al torrente de la lluvia de oro, que se convierte en pretexto para el que es quizá el tema principal de la obra, el triunfo del instinto, del cual es capaz sólo la mujer, por ello un ser al mismo tiempo peligroso y más cercano al mundo natural.
La insólita postura alude sin duda a la del feto en el útero materno, mientras que el crujir de los velos semitransparentes introduce en el cuadro una nota sensual
En el plano formal, la obra es indicio del próximo fin de la época de oro.
No sólo ya no es éste el color dominante; sobre todo, el elemento decorativo y bidimensional, si bien presente, tiende a perder importancia dejando paso a una vuelta a la figuración.
En los años siguientes, el pintor atravesará una larga crisis y el crepúsculo la utopía secesionista, que creía poder estetizar todos los aspectos de la vida, coincidirá con una nueva fase estilística.

Óleo sobre lienzo, 77 x 83 cm.
Viena, Galerie Würthle.
Volver a Vida y obra de Gustav Klimt