También esta obra -quizá, una las más célebres toda la producción kleeniana- es fruto del viaje a Egipto. Los recuerdos del itinerario realizado en 1926 por las costas del sur del Mediterráneo y las grandes ciudades egipcias están aún vivos en la memoria del artista. La pérdida la dimensión temporal, la recuperación una memoria colectiva y ancestral, está bien representada en la obra: las calles lejanas, adoquinadas, que se pierden en una perspectiva inverosímil, hasta rozar un horizonte estratificado y torcido, son precisamente el símbolo este abandono la temporalidad.
El trazado las piezas que, como un mosaico, forman la imagen impone una disposición simétrica: en el centro, una franja-calle recta y divide en dos la composición. A los lados se aprietan y trepan otras callecitas más estrechas y segmentadas, en ocasiones interrumpidas por nuevos e hipotéticos caminos.
El juego progresivo de alejamiento de la visual se inserta en los estudios perspectiva atestiguados, además de por esta obra, por otras como Perspectiva una habitación con habitantes (1922), las mismas acuarelas Ciudad italiana (1928) e Inacabado en el espacio (1929) o los dibujo realizados en torno a 1929, como Saltimbanquis en una ciudad o Dos niños en un paisaje.
La piedra los adoquines que forman las calles muestran el desgaste y las cicatrices un tiempo remoto y dibuja a su vez, dentro de cada uno ellos, otros hipotéticos caminos, otras calles dentro de la calle, en un infinito recorrido la memoria. El conjunto se ofrece a la vista como una suerte tejido tonos descoloridos, que lo asemejan a una acuarela.
Los colores alternadamente dispuestos, como nacidos la intersección los planos horizontales y verticales, se distribuyen en el cuadro en diversos tonos amarillo, azul y ver, creando una composición que se sitúa, por los resultados formales logrados, en el ámbito los cuadros que tratan el tema del mosaico.

Óleo sobre lienzo, 83,7 x 67,5 cm.
Colonia, Museum Ludwig.