En diferentes épocas se establecieron diversos centros de producción de cerámica a través del Imperio romano, generalmente cerca de los campamentos de las legiones, o en una buena ruta comercial, por ejemplo, en la Graucesenque, en la Galia del sur y más tarde en Lezoux en la Galia central.
Al establecer cada centro de cerámica, se tenía poco o nada en cuenta el trabajo indígena, pero a menudo los estilos locales influyeron en la decoración. Las técnicas de manufactura y cocción romanas se extendieron por toda Europa.
Los romanos aprendieron de los griegos cómo preparar arcilla fina por adición de un álcali y así obtener un engobe de partículas finas de arcilla. La arcilla adecuada, cocida en un horno de atmósfera oxidante, da la textura y el color de lacre rojo brillante. La cerámica resultante del uso de esta arcilla es conocida con distintos nombres.
«Sámica» fue uno de los nombres dados a este estilo, pues se creía que se había desarrollado en la isla de Sanios, pero ahora no se cree que fuese así. Otros de sus nombres es terra sigillata; también esto es ligeramente erróneo, ya que significa que la cerámica está decorada con figuras o motivos impresos, cuando en realidad el término se utiliza también incluyendo gran parte del trabajo sin decoración hecho con esta arcilla roja. En general, todas las vasijas pueden incluirse bajo la denominación más amplia de «cerámica de brillo rojo».
Utilizando arcilla roja cuidadosamente preparada, las vasijas se hacían en moldes tallados de forma complicada; técnica que se había desarrollado en la Grecia helenística final y adaptada por los romanos. En resumen, el método consistía en hacer un molde hueco de arcilla partiendo a veces de una vasija torneada de paredes gruesas, en cuyo interior se había impreso o inciso un dibujo, basado a menudo en trabajos contemporáneos de metal.
Probablemente un procedimiento más corriente era hacer un molde macizo de arcilla de la vasija acabada y modelar la decoración sobre él; cuando se había secado y cocido podían hacerse moldes partiendo de él. Después de cocido, el molde se colocaba en la cabeza del torno y el interior se untaba con arcilla que se alisaba mientras giraba el torno.
Al cuenco básico moldeado se le añadía, a menudo, un pie y a veces un borde. La decoración aparece en relieve sobre la superficie del cuenco. Los primeros cuencos estaban decorados con motivos de flores y follaje, utilizados de una manera sencilla. A menudo estos dibujos eran copiados directamente de la vajilla de metal griega.
Las vasijas se acababan recubriéndolas con un engobe de arcilla fina que se cocía a un rojo coral brillante, en un fuego oxidante limpio, o negro en un horno de atmósfera reductora, técnica ya explicada anteriormente en este capítulo.