La historia que se esconde detrás de este cuadro es tan interesante como su importancia dentro de la trayectoria de Mariano Fortuny.
Fue el hijo del artista, Mariano Fortuny y Madrazo, quien en 1929 localizó la pintura en la población genovesa de Pegli, en manos de un coleccionista privado.
Al año siguiente la adquirió por la cantidad de 25.000 liras, para venderla finalmente por 10.000 pesetas. Finalmente, la Junta de Museos de Barcelona se hizo con ella en 1935. Para añadir más intriga a la historia, es necesario contar que según la leyenda, este cuadro perteneció a una antigua amante del pintor de quien no se conoce la identidad.
A partir de una inscripción que se encuentra detrás de la tela se piensa que la obra fue realizada en Roma entre 1858 y 1859, por lo que el pintor tendría unos veinte años de edad. Este autorretrato destaca por salirse de los convencionalismos imperantes hasta el momento, ya que Fortuny aparece sin ningún tipo de atributo alusivo al arte de la pintura.
El artista se retrató a sí mismo vestido con una indumentaria lujosa y arcaizante, que recuerda los ropajes imperiales romanos, cuyos pliegues son resueltos con gran maestría. De hecho, la figura tiene cierto aire estatuario clásico.
La altivez con que el artista se muestra ante los demás puede dar a entender que esta obra se realizó solamente como divertimento, para satisfacer su vanidad personal, quién sabe si inmerso en alguna de las fiestas de carnaval.
El claroscuro y el efecto atmosférico conseguido en esta pintura indican la admiración de Fortuny hacia los pintores venecianos y barrocos. Resulta muy interesante comprobar cómo resolvió las luces y las sombras reflejadas en su rostro.
La observación de esta pintura mediante la reflectología de infrarrojos ha permitido ver que debajo se esconde otro dibujo.
Oleo sobre lienzo, 62,5 x 49,5 cm.
Barcelona, Museu Nacional d’Art de Catalunya.
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