En el mundo antiguo las sibilas o adivinas, como la eritrea, tuvieron una gran influencia en la vida de individuos y pueblos.
Al disponer en un mismo plano las imágenes de profetas y sibilas, Miguel Ángel establece con extraordinaria sensibilidad artística un nexo entre la tradición grecorromana y la judeocristiana, y pone de manifiesto la unidad cultural que subyace entre sus convicciones neoplatónicas y su fe en el Dios cristiano.
Sobre este particular, Miguel Ángel transfiere a la creación artística el propósito de algunos humanistas de hacer compatibles argumentos racionales y creencias religiosas.
La Sibila eritrea, que también como las otras gozó de vasta fama en la Antigüedad, es representada habitualmente como una mujer joven de unos veinticinco años.
Miguel Ángel también la representa joven, aunque con más edad, sentada de costado, girando su cuerpo algo masculino mientras pasa las páginas de un libro apoyado en un atril.
Los pliegues de sus ropas y los colores vivos se combinan para crear una atmósfera serena. En sus libros sibilinos ya parecen estar escritos el Apocalipsis y la llegada del Mesías. Detrás de ella un angelote sostiene una antorcha que ilumina, simbólicamente, su inspiración.
En este fresco, Miguel Ángel sigue pintando las figuras femeninas con cuerpos viriles y de sólidos volúmenes, poniendo de relieve la densidad de la musculatura en concordancia con la naturaleza de su plástica.
Los colores vivos, sobre todo el amarillo, contribuyen a humanizar al personaje, encuadrado entre elementos de volumetría arquitectónica.
Esta sibila es, como las demás, en palabras del escritor francés Romain Rolland, una de esas antorchas trágicas del pensamiento que se consumen en 11 noche del mundo pagano y judío; toda la sabiduría humana a la espera del Salvador.
La acentuación del gesto de la sibila al pasar las páginas del libro nos induce a pensar en el paso de los días y en la llegada de aquel en que Cristo iluminará las almas de los seres humanos.
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