Shakespeare no pierde nunca el humor, y casi no existe en todo su teatro tragedia alguna que no ofrezca por lo menos un atisbo de su deseo de divertir”.
Tenemos que añadir que esta versatilidad, esta posibilidad de decir una misma cosa de distintas formas, su facultad de considerar cada personaje, cada acontecimiento, cada fenómeno desde todos los puntos de vista, es el principal regalo que Shakespeare le ha hecho al teatro mundial.
Nadie después de él ha mostrado tener tanta riqueza y tanta variedad creativa.
Por esto puede decirse que Shakespeare, a pesar de actuar en una época falta de libertad, a pesar de todos los impedimentos de su tiempo, sirviéndose tan sólo de las cuatro tablas del escenario, fue, por encima de todo un maestro de libertades.
Y no solamente por su fuerza teatral; en efecto, su fuerza poética supera los límites del género, y sus obras no pierden nada de su valor de siglo en siglo, pudiendo ser comprendidas y valoradas plenamente prescindiendo incluso de la representación. Resumiendo, antes de ser teatro, son poesía.
Este estiló shakesperiano, y sólo shakesperiano, puede reconocerse en toda su obra; es un estilo que a pesar de conceder una máxima evidencia a los hechos, a los acontecimientos dramáticos, no se encierra en ellos, sino que reclama de cotinuo el testimonio del cielo y de la tierra, de la inocencia y la culpa, y de todos los sentimientos humanos.
Queremos decir que no existe en Shakespeare una neta separación entre sus distintos personajes, de muy rica psicología (será éste quien introduzca la psicología en el teatro), como no la hay entre lo cómico y lo dramático.