En el teatro de Shakespeare, Enrique V es un personaje positivo. Pero, como ya hemos visto, tiene varias caras, no es la máscara rígida del “rey bueno”.
Es, eso sí, un gran rey, pero con todas-las debilidades y los problemas de un hombre cuaL, quiera. Su fuerza estriba en superarles, en tener bien clara la idea de cuáles son los problemas nacionales frente a la historia.
Pero a Shakespeare no le basta con presentarlo en el momento más elevado de su gloria; también quiere dárnoslo a conocer antes de su “crecimiento”, cuando todavía era una especie de príncipe-cachorro y deambulaba por las tabernas, rebelde a la disciplina de su propio rango.
En efecto, Enrique IV, que tiene dos partes, es la animada representación de la vida despreocupada de Enrique y de Falstaff, una especie de escudero suyo. Ambos pasan de aventura en aventura, viven entre la taberna y la calle, no desdeñan la compañía de ladrones, borrachos, y demás gente de mal vivir.
Será después, en la segunda parte, cuando Enrique, una vez crecido, sentirá los deberes de su propia condición y renegará de su gordo compañero de aventuras: sir John Falstaff, que es uno de los principales personajes cómicos (pero con un fondo amargo) de toda la literatura mundial.
Pero detrás de las aventuras de Enrique y de Falstaff, como en una enorme pantalla en color, se desarrolla la historia de Inglaterra: y de esta forma cada uno de sus actos, como todos los actos del numeroso resto de personajes, asume una importancia que por sí solo posiblemente no tendría, y cada escena es como la tesela de un mosaico desmesurado. Oigamos el lenguaje de Falstaff, después de una de sus gestas:
Bardolph, ¿no crees que después de mi última aventura he desmejorado miserablemente? ¿No estaré adelgazando? Mira, la piel me cuelga como la larga falda de una dama anciana; estoy marchito como una vieja manzana en conserva. Bueno, quiero arrepentirme, y de prisa, ahora que aún estoy en condiciones de hacerlo. Dentro de poco estaré tan bajo de moral que ya no tendré fuerzas para ello. Si no es cierto que se me ha olvidado cómo es el interior de una iglesia, soy un grano de pimienta, el rocín de un cervecero. ¡El interior de una iglesia! ¡Los amigos, los malos amigos han sido mi ruina!
O bien:
Falstaff: Yo me sentía inclinado hacia la virtud en la medida en que debe estarlo un caballero. Era bastante virtuoso. Blasfemaba poco y no jugaba a los dados más de siete veces por semana… restituía el dinero que pedía en préstamo… eso hice por lo menos en tres o cuatro ocasiones; vivía bien, con mesura, mientras que ahora vivo en el desorden, y de una forma desmesurada…
Bardolph: ¡Claro! Eres tan gordo, sir John, que superas cualquier medida, cualquier medida que se pueda concebir, sir John.
Falstaff: Si tú corriges tu rostro, yo corregiré mi vida; tú eres nuestra nave capitana, con su buena linterna en la popa… tu nariz. ¡Eres el caballero de la linterna encendida!
Es el mismo Falstaff que al final de la obra sufrirá la derrota de verse rechazado por su “tierno Enriquillo” que es coronado rey. Físicamente, Enrique sigue siendo el mismo “cachorro” de antes; sólo que ahora es rey. Inglaterra está en sus manos; se ha ganado esta nueva dignidad en las batallas.
No te conozco, viejo. Ve a decir tus oraciones. ¡Qué mal concuerdan tus cabellos canos con un tonto o un bufón! Durante largo tiempo soñé a un hombre que se te parece, tan inflado por la grasa como tú lo estás, tan viejo como tú, como tú de mal hablado. Pero ahora que estoy despierto, desprecio ese sueño.
A partir de ahora, concédele mucha menos importancia a tu cuerpo y mucha más a tu virtud; renuncia a la gula, pues has de saber que la tumba abre su boca de par en par para recibirte; la abre tres veces más de lo que lo hace para recibir a los demás hombres. No me contestes con una broma estúpida.
No creas que sigo siendo la misma persona que antes era. Dios sabe —y muy pronto todo el mundo lo sabrá— que he renunciado a mis deslices juveniles; y renegaré de la misma forma de quienes fueron mis compañeros en ellos…