Naturalmente, el fenómeno no es del todo nuevo.
Podría decirse que es característico de todas aquellas épocas en las cuales el espectador ya no se siente representado en el escenario, ya no se reconoce en él como desea.
Pero en ningún momento ni en el teatro clásico ni en el medieval, había habido tanta libertad, o tanta anarquía; como tampoco había ocurrido nunca que los actores, tomado el timón, lo mantuvieran apretado en su mano durante tan largo período.
Pero los actores no se representan únicamente a sí mismos. También representan a las clases populares de las que proceden.
Las máscaras que pasearán por todo el mundo son máscaras regionales, la mayoría de veces de origen campesino; no son de propia creación, sino que las han adoptado, modificado, remozado, pero no las han sacado de si no hicieron otra cosa que imitar las farsas de la comedia clásica.
En efecto, no puede negarse que tales farsas influyeron en la invención de la Comedia del Arte.
Pero sería absurdo imaginar al pobre actor ambulante estudiando a los clásicos entre representación y representación.
Por el contrario, es mucho más razonable pensar que los tipos, los personajes de la comedia clásica en el empleo proverbial, se habían identificado hasta tal punto con cierto modo de vida, que ya formaban parte de la misma.
Resumiendo, es probable que el actor de la Comedia se encontrara todo aquel material al alcance de la mano, en la vida de cada día, sin tener que acudir a una biblioteca.